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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Desgraciadamente, es el único pelotudo honesto y que tiene buen faso

y buena merca. Nunca nos cagó, Val. Es el único motivo por el cual

conviene hacer negocios con él —dijo Facundo.

—Qué malos son, los dos —dijo Carolina—. Pobre Negro.

—No es cuestión de maldad, Caro. El Negro es un pelotudo. Pero

pelotudo pelotudo. No hay nada que hacer —dijo Facundo.

—No es para tanto. Lo que pasa es que ustedes no son así.

—¿Así cómo? —preguntó Narval.

—Así, como el Negro.

Facundo lanzó una carcajada.

—Qué facilidad de palabra, Carolina. Estoy anonadado.

—Andate a la mierda—dijo ella, y miró a Narval— ¿Querés venir a

fumar un fasito?

—Por supuesto —dijo Narval.

La plaza estaba muy concurrida y era más que probable que apareciera

la policía. Carolina aseguró que sólo tenía ese porro y que, en todo caso, si

aparecían los milicos, el que lo tuviera en la mano se lo tendría que comer.

Se sentaron en una calesita y Carolina le dio el porro a Narval para que

lo encendiera. Narval le dio dos secas y se lo pasó a Facundo. A la tercera

vuelta, empezó a hacer girar la calesita con los pies. Carolina colaboró.

—Pará, Val, que me mareo —dijo Facundo, y Carolina chilló.

—Por favor, Facundo. Sos maricón en serio —le gritó.

—Hoy me trataste de histérico, después me mandaste a la mierda, ahora

me decís que soy un maricón. Me voy, che —dijo, y se bajó de la calesita

—. Tomo un taxi acá, en la esquina. Nos vemos —y besó a los dos en la

boca.

—¿No querés otra seca? —dijo Carolina, nerviosa ante la evidencia de

que iba a quedarse sola con Narval.

—No. Estoy re—loco.

Facundo miró a Narval de reojo y le sonrió apenas. Después se fue

caminando hasta la esquina.

Un patrullero empezó a bordear lentamente la plaza. Narval susurró

«Isa» y se sentó más cerca de Carolina. El patrullero paró un instante y

siguió. Los dos habían estado expectantes; al verlo irse, se rieron y

después se quedaron callados. Narval se miró los pies.

—Debés creer que te estoy cortando la cara y no es así —dijo.

—Ah, ¿no?

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