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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Mauri, ¿no tenés un lexotanil?

—Claro —dijo Mauricio, y sacó un par del bolsillo de atrás del pantalón

—. ¿Cuántos querés?

—Uno solo, no seas loco.

—No te va a hacer nada.

—Claro que sí. Con uno me sobra, si siempre tomo medio. Lo que pasa

es que vos estás de la cabeza, Mauri.

—Y vos sos una floja. Bueno, mejor, qué más querría yo que me

alcanzara una sola pasta para plancharme.

Mauricio abrió la canilla y empezó a lavar los platos. Cuando tenía una

actitud así, parecía un adulto, un viejo casi. A Carolina siempre la

enternecía.

—¿Estás mejor, Mauri?

—¿Mejor de qué?

—De tus problemas, no dormir y las fobias y esas cosas.

—El psiquiatra dice que sí, pero todavía no puedo salir a la calle, como

habrás notado. Y no tengo ganas de salir tampoco. Calculo que ése es el

problema mayor. Solamente puedo ir al médico ida y vuelta. Ah, me

olvidaba de contarte: la otra vez, cuando volvía del psiquiatra, lo vi a

Facundo desde el taxi. Qué hermoso es ese tipo. Hacía bastante que no lo

veía. Es sorprendente lo lindo que es, increíble.

Carolina se quedó con la pastilla a medio camino de la boca.

—¿Te gusta Facundo, Mauri?

—¿Creés que soy puto?

—Qué sé yo si sos puto. Me decís que Facundo es hermoso.

—Es hermoso. También es hermoso nuestro gato y no por eso me dan

ganas de cogérmelo —Mauricio acomodó los platos mojados sobre la

mesada haciendo mucho ruido—. Pero entiendo eso que contás, que todos,

tipos y minas, se mueran por Facundo. Qué hijo de puta. Nunca vi a nadie

como él.

Yo tampoco, pensó Carolina, y recordó la forma en que todos se daban

vuelta en un lugar para mirar a Facundo, cómo se deleitaba ella al verlo

dormir desnudo a su lado, cómo la impresionaban siempre sus gestos, sus

miradas, su forma de moverse. Se puso la pastilla en la lengua y se tapó la

nariz para tragar. No sabía hacerlo; siempre se le quedaban pegadas al

paladar o la garganta.

—¿Dónde lo viste? —dijo después.

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