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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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12

Carolina revolvió la comida dentro de la boca. Estaba sin dormir y había

tomado merca toda la noche. No demasiada, aunque sí la suficiente como

para que fuera imposible tragar bocado. Pero almorzar los sábados en

familia era algo para lo que no tenía excusas. Eran como las dos de la

tarde y ella había llegado cerca de las seis de la mañana. Sabía que, si bien

sus padres no la vigilaban, se deprimían profundamente si no compartía la

comida de los sábados.

Carolina agradeció mentalmente que el televisor estuviese prendido, así

no había que hablar. (Y, además del televisor, estaba Mauri, que era

espontáneamente leal en esas ocasiones y les daba charla a los viejos, les

pasaba la sal y les servía agua para que no vieran el temblor de las manos

de Carolina.)

Tragó un bocado con dificultad, pensando: Faltan tres o cuatro, nada

más, por suerte, e ignorando olímpicamente a su padre, que sentenciaba

cosas como: «Mirá la cara que tenés, vos te pensás que la vida es joda,

pero hay que descansar, nena, está bien divertirse, pero me parece que te

estás pasando de castaño oscuro».

A veces la sorprendía que sus padres no pudieran imaginarse en qué

consistía exactamente la diversión.

No bien terminaron de comer, los Novak fueron a dormir la siesta y

dejaron a Mauri y Carolina solos para que levantaran la mesa y lavaran los

platos. Mauricio siguió con su conducta ejemplar y le dijo a su hermana

que no se preocupara: «Lo hago yo; vos andá a dormir».

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