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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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dejó llevar en brazos de Ella, arrastrado por muchas habitaciones y pisos

encerados hasta un lugar vacío donde el-Hombre-de-las-arañas lloriqueaba

en un rincón.

Ella lo soltó y desapareció por una puerta. Narval quiso llamarla, pero se

detuvo cuando vio la aureola de moscas que zumbaban alrededor de la

cabeza de la mujer. Entonces volvió a sentir miedo, como si los hilos que

él mismo había aflojado se tensaran, como si alguien les hubiera dado un

tirón. Pero el-Hombre-de-las-arañas gimoteaba y Narval tuvo que

acercársele. Tuvo que hacerlo. De una manera nueva y distinta había

sentido algo parecido a la pena.

—No me dejan en paz —dijo el-Hombre-de-las-arañas. Sacámelas.

Narval, con asco y odio, se las sacó y las pisoteó. Creyó que las arañas

gemían, pero quizá sólo fuera el sonido de sus manos y pies sobre el piso

encerado.

Arañas malas, y eso era todo lo que podía pensar Narval, y lo repetía en

voz alta, «arañas malas».

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