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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Muchas veces había salido de noche con una infinita repugnancia. Hacía

rato que para él las salidas nocturnas habían perdido todo su encanto. Al

principio le resultaban divertidas, cuando todavía vivía en su casa, con su

madre, e iba a la escuela. En vez de salir con sus compañeros, se metía en

oscuros bares para irse a dormir con el primero que se le cruzara; después

volvía a su casa, al amanecer, con una extraña sensación de suciedad que

casi lo hacía gritar de felicidad. Claro que esas noches solían terminar

muy mal: nunca faltaba alguien que le pegara o que no quisiera pagarle.

Hasta que Lautaro había aparecido, metiéndose en una pelea donde

Facundo llevaba todas las de perder, y lo había llevado casi inconsciente

hasta lo de la Diabla. Facundo todavía sonreía cuando pensaba en lo poco

ortodoxo que era Lautaro como fiolo: nunca se encargaba de pedir la plata

antes a los clientes, dejaba que los chicos cobraran y después tomaba su

parte. Les tenía confianza; de cualquier manera, a ninguno se le había

ocurrido nunca cagar a Lautaro con la plata: podía matarlos a golpes de la

misma manera que podía desfigurar a cualquier tipo que lastimara a sus

chicos.

Lautaro vivía desde hacía tiempo con la Diabla: era su protegido, su

favorito. Y, por añadidura, se encargaba de conseguirle a la Diabla nuevos

chicos, chicos como Facundo, bellísimos e inexpertos, para iniciarlos en la

calle. De a poco, bajo la tutela de Lautaro, Facundo se fue convirtiendo en

un profesional: sabía regatear, sabía quién era confiable, sabía cómo

enloquecer a un tipo al punto de convertirlo en un cliente devoto. Cometía

errores, pero pocos. La calle era ahora algo conocido, perfectamente

seguro, aunque ya no estuviera Lautaro para cuidarlo. Y por eso lo de las

salidas nocturnas, porque no iba a encontrar nada, porque eran un terreno

donde podía moverse con confianza, donde estaba protegido.

No como en la oscuridad de la habitación, no como cuando los árboles

dibujaban formas extrañas en las paredes.

Pero esa noche no iba a irse, iba a soportarlo. Es estúpido, pensó, es

estúpido tener miedo a la oscuridad como si fuera un nenito, porque nunca

pasó absolutamente nada y nada va a pasar. El problema es dormir, pero

sólo son sueños.

Apenas tenía que salir del balcón y encender la luz. Sería demasiado que

la bombita se quemara, pensó Facundo. El enorme esfuerzo que hizo para

levantarse casi le arrancó un gemido, pero se mordió los labios y miró el

departamento oscurísimo, salvo por los destellos de los ojos verdes del

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