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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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11

Por un instante, las hojas de los árboles se quedaron tan quietas que la

noche pareció irreal, como si se tratara de una pintura o una foto. Lo único

que se movía eran los bichitos danzando alrededor del foco de luz. Sólo

había sido un momento: enseguida la calma fue destrozada por un auto y

un tipo que silbaba allá abajo, en la calle, pero había sido suficiente para

que Facundo se negara a entrar en el departamento lleno de sombras y se

dijera que pasaría la noche en el balcón, si era necesario.

Había decidido quedarse en su casa esa noche, a pesar de la promesa a

Narval y la deuda que tenía que saldar con el Negro. Que se vaya a la

mierda el imbécil ese, pensó. Se sentó en el balcón y tiró algunas botellas

de cerveza vacías al piso. No iba a poder dormir, eso estaba claro.

Mientras volviera a su casa lo suficientemente desquiciado como para

apoyar la cabeza en la almohada y semidesmayarse, todo estaba bien.

Pero, si no era así, se complicaba.

¿Alguna vez te preguntaste, Facundo, por qué dormís siempre con

alguien? Sabés que no es por coger. Es para no estar solo, se dijo. Porque

no era que necesitara abrazar a alguien en la cama. Era que necesitaba a

otro para compartir la oscuridad; alguien que estuviera ahí, alguien que lo

oyera gritar, aunque ya no podía hacerlo.

Apretó los dientes. Estaba muerto de miedo; se levantó de golpe

decidido a salir, como siempre. Pero volvió a sentarse lentamente. Salir

significaba encontrarse con Narval y eso era lo menos indicado para que el

miedo se fuese.

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