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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Facundo no se dio por enterado. Agarró una ramita del pasto y empezó a

hacer hoyos en la tierra. Después sacó del bolsillo una gomita y se ató el

pelo, que sentado en el piso casi tocaba el suelo con las puntas.

—¿Qué te pareció el viejo? —preguntó súbitamente Facundo. Aunque

de alguna manera Narval estaba esperando la pregunta, odió que la hiciera.

—Qué sé yo. No ando observando a la gente todo el tiempo.

—No mientas. Te morías por conocerlo. Estabas tan incómodo como él.

Narval se puso a mirar la calle para que Facundo no pudiera verle la

cara.

—Un pobre tipo. Y está loco por vos, además.

—¿Te vas a poner moralista, Val? —dijo Facundo, riendo entre dientes

—. ¿Vas a decirme que no tengo derecho a hacer lo que le hago al viejo y

ese tipo de pelotudeces? Perdés el tiempo porque no me siento culpable.

Además, es un viejo hijo de puta, está podrido en plata... Es un transero.

Narval cerró los ojos un instante y encendió un cigarrillo.

—No me pongo en moralista, Facundo. En realidad, el tipo me importa

una mierda y lo que hagas con él también. Eso sí, no me gustaría estar en

tu lugar.

—No podrías. Pero pará, que no soy tan hijo de puta. A él le gusta estar

conmigo, yo nunca le pedí nada. Él solito me alquiló un departamento, él

solito paga. Yo no le pido que me banque ni contactos ni esas cosas. No

me calientan. Tampoco lo vivo tanto. Hay otros que me pagan más, a

veces.

—¿Son todos tipos los demás?

—No, pero con los tipos es más fácil. Las mujeres son muy jodidas, se

vuelven locas cuando no te enamoran, como si fuera un deber amarlas.

Los tipos se resignan más.

—¿Alguna vez te enamoraste?

Facundo besó a Narval en la boca y le acarició suavemente la nuca. Una

mujer de anteojos que pasaba caminando se dio vuelta para mirarlos

disimuladamente. Facundo volvió a besar a Narval, sólo para asustarla un

poco.

—No —dijo después. Narval lo sostuvo abrazado muy fuerte un rato y lo

dejó soltarse de mala gana. Facundo se paró y se sacudió el pasto de la

ropa.

—¿Ya te vas? —preguntó Narval, con los ojos llenos de lágrimas sin

saber por qué.

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