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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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apenas podía creer que se mantuviera en pie. Había que meterse por un

caminito desde donde se veía la casa, que era bastante linda porque la

familia de mi mamá tenía plata. Tiene, todavía. Yo quería bastante a mi

abuela; pero verla parada en la puerta, esperando el auto, me causaba un

rechazo increíble porque yo odiaba los meses en el campo. Laureana, la

chica que ayudaba a la abuela, nunca me dirigía la palabra y la presencia

del abuelo estaba por todos lados: sus pipas, sus fotos, los horribles

cuadros de gauchos. Esa casa parecía sostenida en el tiempo, sin televisor

ni radio, puro silencio, salvo los perros. Yo siempre odié a los perros, son

tan sumisos, tan molestos... Bueno, te decía: cuando tomaba el desayuno,

no bien llegaba, tenía que hacer esfuerzos para tragar, sólo para no tener

que escuchar a la abuela diciéndome que estaba flaco y que ella me iba a

poner fuerte y hombrecito. Mientras Laureana me servía un café con leche

que me daba asco, trataba de no llorar y escuchaba a mamá diciendo que

yo siempre estaba de mal humor a la mañana, igual que papá.

Facundo hizo una pausa para apagar el cigarrillo.

—La abuela era rubia. En realidad, ya estaba canosa, pero se mantenía el

color lavándose el pelo con café y manzanilla. Yo soy el único de pelo

oscuro en toda la familia. Es raro porque viste que soy re— pálido y tengo

ojos claros y todo eso, pero pelo negro; incluso mi papá tenía el pelo

mucho más claro que yo. La abuela decía que mi sangre era más fuerte,

que no era sangre de gringos. La distinción me hacía sentir superior, me

gustaba imaginar que había caído de casualidad en esa familia, que era

adoptado, qué sé yo. Pero, a juzgar por el grado de locura de todos, no

tenía más remedio que aceptar que de ahí venía yo. Mi mamá está

trastornada; dicen que quedó así desde que murió mi viejo, pero yo creo

que la locura le venía de antes. Mi abuela se fue a vivir al campo cuando

quedó viuda, y tenías que verla hablando con las fotos de su marido

muerto. Los hombres de mi familia no duran; para mí, las viejas brujas los

matan o algo —Facundo se rio secamente—. Creo que esa pieza, donde

dormía solo, era lo que me hacía soñar; un lugar enorme, con toda la

ventana abierta a la noche, y los ruidos. Los sueños de los primeros días

eran espantosos, pero aguantaba igual; después, las cosas se hacían cada

vez más difíciles. Los últimos días, antes de volvernos, directamente no

dormía hasta el amanecer. Me pasaba la noche gritando, apenas cerraba los

ojos.

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