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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Dormís tan poco... —le dijo Armendáriz.

—Es que tengo sueños espantosos —Facundo le ofreció el porro y

Armendáriz rehusó con un gesto—. Desde chico. Por eso trato de dormir

lo menos posible. Además, no me olvido de los sueños.

Armendáriz intentó acercarse al lado de Facundo y Lord Byron se erizó;

Luis sintió un profundo odio dentro de su pecho.

—No te me acerques cuando estoy con el gato porque no soporta que me

toquen y ya deberías saberlo. Sentate en la silla.

—¿Qué soñaste anoche? —dijo Armendáriz, tímidamente, sin mirar a

Facundo.

—Soñé que una mujer me buscaba. No sé por qué, sólo me buscaba y

estaba loca. Apareció acá con una valija y, cuando la abrió, adentro había

un bebé muerto, asfixiado. Supe que lo había metido ahí sólo para

mostrármelo. No puedo olvidarme de esos dedos agarrotados, la boquita

en forma de O, la piel azul... horrible. Y lo peor del sueño era que yo no

me sentía culpable por eso y el bebé de alguna manera estaba así por culpa

mía. Podía sentir lástima, pero no culpa, y se suponía que eso era lo que

tenía que sentir.

Armendáriz recordó a Facundo durmiendo inmóvil a su lado y le costó

creer lo que le estaba contando.

—Dormís tan tranquilo, tan quieto...

—Sí, es raro, debe ser porque en los sueños siempre estoy paralizado —

Facundo apagó el porro y encendió un cigarrillo—. No me mires dormir,

no me gusta. Es como si me estuvieras espiando —echó al gato y le

ofreció un cigarrillo a Armendáriz, que aceptó—. No me hagas caso, hacé

lo que quieras. Igual, yo no puedo saber si me miras o no. ¿Ves por qué no

me gusta dormir? Me siento demasiado desprotegido.

Armendáriz se sentó al lado de Facundo cuando comprobó que el gato se

había dormido sobre la cama. Facundo tenía ganas de hablar y eso era

siempre emocionante para Armendáriz, aunque lo angustiaba de una

manera atroz porque sentía que siempre algo faltaba o que Facundo no

decía toda la verdad.

—No te imaginás cómo me ponía de chico con los sueños. Durante el

año vivíamos con mi mamá en Núñez, así yo podía ir a la escuela. Pero

todo el verano lo pasábamos en el campo de los abuelos en San Pedro. De

la abuela, en realidad, porque el abuelo hacía rato que estaba muerto. Era

fácil llegar: se doblaba justo donde había un sauce torcido, tanto que uno

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