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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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10

Armendáriz abrió los ojos y se preguntó si todavía sería de noche, aunque

no podía saberlo porque Facundo, que odiaba la luz del sol, mantenía las

persianas bajas. Le dolía la cabeza, como siempre que despertaba en casa

de Facundo, porque dormía rodeado de humo. Hizo una mueca de dolor

cuando descubrió que tenía el cuello tan contracturado que le era casi

imposible moverlo. Hacía tiempo que andaba duro, no sólo por los

nervios, sino también porque extrañaba su amplia cama matrimonial y la

que usaba ahora, en la habitación de servicio, era tan dura como un ataúd.

Le había dejado la pieza a su mujer semanas después de conocer a

Facundo, pero no solamente por eso; desde hacía años, apenas se hablaban.

Sin embargo, ella no lo había abandonado: se paseaba como una sombra

gris en camisón, repleta de alcohol y tranquilizantes, pero no se iba.

Armendáriz se incorporó. El aroma dulzón de la marihuana le llegó a la

nariz y vio a Facundo sentado en un sillón, acariciando al gato negro y

fumando. Siempre se levantaba antes que Armendáriz: nunca le permitía

despertarse a su lado.

—¿Qué hora es?

Facundo se sobresaltó. Estaba desnudo, con el pelo larguísimo como una

mancha negra sobre su cuerpo.

—Te despertaste —dijo—. No me lo esperaba. Las once y cuarto.

Armendáriz se levantó y buscó los calzoncillos y el pantalón. Nunca se

paseaba desnudo delante de Facundo, no resistía la llamita de burlona

comparación en sus ojos grises.

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