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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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El Negro salió sonriente de la casa de la Turca y sin el walkman en la

mano. Lo había logrado, por fin. Narval se metió en el bolsillo la papela y

volvieron, para picarse juntos.

A Narval no le gustaba picarse con otra persona. Todas las demás drogas

prefería curtirlas acompañado: nunca jamás se fumaba un porro solo, por

ejemplo, porque se aburría. Podía tener guardado un baguyo de marihuana

durante días si nadie se lo fumaba con él. Un pico era algo mucho más

íntimo, casi como masturbarse. Pero, si el Negro le había conseguido

merca con la mejor onda, tenía que hacerse un pico con él, por una

cuestión de cortesía.

El Negro calentó la cuchara tranquilamente sobre un mecherito mientras

Narval se ajustaba la goma en el brazo izquierdo y miraba crecer sus

venas, el brazo poniéndose morado y latiendo, como hambriento. El Negro

se picó primero, despatarrándose sobre la silla, con la respiración agitada.

Narval cargó su cuchara duplicando la dosis del Negro.

—No te zarpes —escuchó vagamente Narval. Clavó la aguja en la parte

menos amoratada de su brazo y mandó con toda tranquilidad, de a poco,

disfrutando las pequeñas oleadas pulsátiles que lo hacían temblar

levemente, como si llegara despacio a un orgasmo espectacular. Cuando

vació la jeringa, una gran luz blanca lo encegueció y se dejó llevar,

apretando los dientes. Cuando la luz se desvaneció y abrió los ojos, se

encontró en el piso, con la jeringa pendiendo de su brazo y la cara asustada

del Negro arrodillado a su lado.

—Te dije que no te zarparas, sos un enfermito. ¿Estás bien?

—Sí —dijo Narval, sinceramente—. Fue fantástico.

Y se incorporó despacio, con los ojos entrecerrados.

—Un día te matás —dijo el Negro.

—No —Narval se frotó el brazo cuidadosamente y guardó la pa— pela

en el bolsillo—. No —repitió—. Me voy.

—Hacé lo que quieras —dijo el Negro, poniendo un casete en el

grabador—. Si lo ves al trolo de Facundo...

—Ya sé.

Narval caminó por el pasillo: la salida parecía más lejana a cada paso,

así que se apuró, prestando atención al eco de sus zancadas. Se bajó las

mangas arremangadas porque no quería tener problemas con la policía; si

algún rati le veía los brazos marcados, terminaría con toda seguridad

durmiendo en una comisaría.

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