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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Narval no contestó y abrió la ventanilla.

—Che, Narval, qué le ves al putito ese de Facundo.

—Dejá de joder.

—Vos no eras así, hermano.

—¿Así, cómo?

—Vos no andabas con putos antes, tenías todas las minas.

—No tenía todas las minas.

—Bueno, no te calentés. A mí me parece que te hace mal juntarte con

ese maricón.

—Bueno.

—Te lo digo por tu bien.

—Bueno.

—Estás mala onda hoy.

—No, no estoy mala onda, pero no hables pavadas de Facundo porque no

me cabe. Ni lo conocés.

El Negro se calló la boca; no quería discutir. Detuvo el auto frente a un

almacén que estaba cerrado.

—Aguantame un rato —dijo, y se bajó.

Narval se estiró lo mejor que pudo en el asiento, que era demasiado

chico para sus piernas largas. Lo aburría terriblemente esperar historias de

droga: el auto del Negro no tenía radio ni pasacasete ni nada como para

entretenerse, así que se puso a cantar bajito, acompañándose con el

repiqueteo de sus dedos sobre el tablero. No quería estar solo y en

silencio.

El Negro tardó menos de lo que Narval esperaba: no había podido hacer

la mano. A Narval no le importó demasiado: verlo venir cruzando la calle

casi lo alivió.

—No se hizo, padre. Me mandaron a lo de la Turca, ¿la ubicás?

—No.

—Cómo que no si le pegamos merca un par de veces.

—Pero no me acuerdo.

El Negro encendió el motor, molesto. Le reventaba que Narval nunca

pudiera recordara la gente que él le presentaba.

—Bueno, pero seguro que ella sí se acuerda de vos, y seguro que tiene la

mejor y me cambia tu walkman.

—Bárbaro —dijo Narval.

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