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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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vez, como siempre, y él dispuesto a morir por Facundo, dispuesto a hacer

cualquier cosa, sabiendo, claro, que sería en vano.

Facundo pidió un café doble y se sacó los anteojos oscuros. Las ojeras se

le formaban alrededor de los ojos, no solamente debajo, y el efecto era

impresionante: los ojos grises brillaban como nunca con la aureola negra

alrededor, tanto que parecía que se hubiera maquillado. Tenía los labios

cortajeados, pero eso hacía que parecieran más carnosos aún. Armendáriz

se dijo que nada podía evitar que Facundo fuera hermoso.

—¿Cuánto necesitás?

Cuando llegó el café, Facundo encendió un cigarrillo y sonrió. Una

señora que tomaba té en la mesa de al lado los miraba enternecida,

suponiendo que serían padre e hijo. Armendáriz también tenía ojos claros

y el poco pelo que le quedaba era tan oscuro como el de Facundo.

—Un palo y medio.

Armendáriz abrió la billetera y tiró sobre la mesa el dinero. Cuando

Facundo lo agarró, puso su mano sobre la de él.

—Si querés más...

—No, me arreglo. Tengo que pagar merca que tomé y me quedo sin un

peso.

Armendáriz sacó más plata.

—Tomá.

Facundo volvió a ponerse los anteojos negros y se levantó; Armendáriz

se quedó mirando una pelotita de papel que había armado con la servilleta.

Sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, por eso no lo miró cuando

preguntó:

—¿Cuándo nos vemos? El sábado no puedo, es el cumpleaños de mi

mujer.

—El viernes —Facundo titubeó—. Perdóname, ahora estoy ocupado.

—Está bien.

Armendáriz levantó los ojos, pero Facundo ya había cerrado la puerta

del bar y cruzaba tranquilamente Corrientes hacia el Obelisco. Armendáriz

aplastó el cigarrillo que Facundo había dejado humeando en el cenicero y

pagó.

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