03.08.2022 Views

Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

Libro de autoayuda

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Armendáriz había visto por primera vez a Facundo hacía casi un año, en

La Ventana, el lugar adonde acostumbraba ir para levantarse a alguna

muñequita, alguna pendeja con aspiraciones de amante de un viejo con

plata.

Esa noche la había pasado muy bien, tomando whisky; tanto que llegó a

ponerse la corbata como vincha, después de tomarse un tiro en el baño que

le hizo sentir que iba a reventarle el corazón. Y así, acelerado, gordo y

descontrolado, vio a Facundo apoyado contra una columna, mirándolo con

una sonrisa increíblemente cínica. Armendáriz había estado con chicos

antes, en fiestitas que organizaban sus amigos. Lindos chicos, la mayoría,

pero, aun así, no conseguía tocarlos hasta que no estaba borracho; y nunca

iba a Fiestas donde hubiera exclusivamente chicos, sin ninguna mujer.

Jamás había visto algo como Facundo; allí mismo supo que, si no tenía a

ese chico, iba a volverse loco. Se esforzó por no perderlo de vista y,

cuando lo encontró, sintió un puñetazo en el estómago con cada uno de los

movimientos del chico que bailaba sobre una de las mesas, balanceándose

con un tema de Madonna, el largo cabello negro, la boca torcida en una

expresión de desdén y hastío. Se sentó en un sillón; Facundo apareció a su

lado al rato y le apoyó una mano en la rodilla.

Había hecho todo lo que podía por entender a Facundo, por saber sólo

una vez lo que querían decir sus implacables ojos grises, por conocer cada

centímetro de su cuerpo de mármol con la esperanza de conocer su alma.

Incluso, en momentos de desesperación, había buscado a otros chicos,

otras chicas; había pagado por los mejores hombres y mujeres de Buenos

Aires con la esperanza de reemplazarlo, todo inútilmente. Siempre volvía

a Facundo, con la misma demencia de la primera noche, esa noche que

Armendáriz recordaba hasta en sus más ínfimos detalles, con la lentitud de

las pesadillas. Había gastado fortunas en Facundo, buscando, aunque sea,

agradecimiento. Por eso le alquilaba el departamento y pagaba impuestos,

gastos, expensas, para que de alguna manera dependiera de él. Pero

Armendáriz sabía que, si algún día decidía dejar de pagar, Facundo se las

arreglaría solo, sin pedirle nada, sin reprocharle nada.

Y ahí estaba, de nuevo con el rostro enrojecido, de nuevo con la

garganta seca, mirando a Facundo vestido de negro y pidiéndole plata, otra

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!