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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Pero eso nunca pasaba. La luz se encendía y la ropa sobre la silla era

nada más que ropa; en el placard nunca había nada, los pasos que lo

seguían a la noche eran los de un tipo que quería alcanzar el colectivo y

todas las cosas raras solamente parecían así en principio, bajo los efectos

de algo. Esteban, razoná, viejo, se decía, todas las cosas que te inventás y

les inventás a los demás, acerca de los fantasmas y de las visiones de otro

mundo son divertidas, pero no son para creerlas, no para creerlas, es

solamente Narval, hiciste miles de transas con él, fumaste porros miles de

veces con él y, si sentiste algo, es porque estás re—sacado y convengamos

que últimamente tu cabeza no funciona del todo bien, te estás

sugestionando demasiado.

Pero la sensación seguía ahí, le mantenía la piel erizada, como si algo lo

hubiera tocado durmiendo y, al espantarlo en la semiinconsciencia, se

hubiese topado con la fétida piel de una rata sarnosa.

Esteban empujó la mesa y vomitó sobre el piso, salpicándose las

zapatillas. Cuando levantó la cabeza, Narval ya no estaba por ningún lado.

Tambaleante, caminó hacia el baño, pero no llegó: Carolina lo tomó de un

brazo.

—¿Narval no estaba con vos?

Esteban tragó saliva.

—¿Y Facundo? —preguntó después.

—Pegándole merca al Negro en el baño. ¿Narval se fue?

—No creo. No sé.

—¿En qué quedamos? —Carolina estaba impaciente y borracha. Esteban

tuvo escalofríos.

—A Narval le pasa algo, no sé qué. Está muy raro. No sé cómo

explicarlo. No vayas con él, Caro, está distinto. Sentí como si fuera una

aparición, como si fuera un espíritu.

Carolina se rio. Facundo y el Negro volvían del baño, donde habían

arreglado una historia de diez gramos de merca que Facundo pagaría

durante la semana, cosa que al Negro lo había puesto de pésimo humor.

Aunque no podía decir que no; Facundo siempre pagaba.

—Escuchen esto —dijo Carolina, todavía riéndose—. Dice Esteban,

delirando como de costumbre, que Narval es una especie de espíritu —

siguió riéndose, a pesar de que Esteban estaba serio y pálido—. ¿Pará qué

fumás si te hace mal, nene? Córtala un poco con la mística. ¿Adonde se

fue Narval?

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