03.08.2022 Views

Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

Libro de autoayuda

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

tan lejano que le costaba creer que alguna vez él mismo hubiera estado así

de desbordante por las cosas nuevas.

Esteban hablaba y hablaba y tomaba vino. Narval descubrió de pronto

que se le estaba haciendo muy difícil escucharlo. Y no por la música. Todo

se había alejado súbitamente; todo era distinto. No porque las cosas

hubieran cambiado de lugar, sino porque Narval sintió que su posición era

distinta. De pronto, era un espectador, un testigo. Dejó de sentir el vaso en

la mano; hasta lo sorprendió que Esteban siguiera mirándolo: sentía que

ya no estaba sentado a una mesa tomando un vino con un amigo, sentía

que estaba en otro lado. Me estoy poniendo muy borracho o eso vuelve

otra vez, pensó.

Narval se concentró en la cara de Esteban, trabando las mandíbulas,

tratando de escuchar esa voz ahora lejana y distinta que decía algo así

como que vinieron a bardearme unos giles viejita rolling stone y no te

puedo explicar la calentura que me agarró, pero todo era inútil porque por

el rabillo del ojo Narval la había visto a Ella, parada entre la gente,

mirándolo, y la atracción era irresistible.

Habló consigo mismo mentalmente, sintiendo un murmullo incontenible

en su cerebro, como miles de voces susurrando al mismo tiempo: «Narval,

hacé el favor de ignorarla, quedate quieto, ni se te ocurra ir con Ella, mirá

para otro lado, pero no puedo, estoy parándome, quiero estar con Ella, la

puta madre que lo parió».

A Esteban lo asombró que Narval lo dejara hablando solo; no era normal

que se levantara y se fuera en medio de una charla, y mucho menos

dejando un vaso de vino por la mitad.

—Che, Narval, adonde vas, hermano, pará que te cuento.

Pero Narval parecía no escucharlo, cosa esperable con el estruendo de la

música. Esteban lo tomó del brazo, pero lo soltó instantáneamente, como

si hubiera recibido una descarga eléctrica. Narval lo había mirado con sus

ojos tan raros, hundidos, de color indefinible... Nunca, nunca, ni cuando

estaba tan drogado que no podía mantenerse en pie, Esteban había visto así

los ojos de Narval, con esa horrible perversidad sonriente y desganada. El

pánico que sentía era comparable al de tocar una de esas formas que le

daban miedo en la oscuridad de su pieza, como si de pronto el montón de

ropa que parecía un monstruo sobre la silla hubiera empezado a moverse y,

mientras él atravesaba cortinas de miedo para prender la luz, al

encenderla, tuviera razón, no fuera un montón de ropa.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!