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—Está bien —Facundo suspiró y cerró los ojos un instante—. Hay un
tipo al que le gusta que lo miren coger. Casi siempre viene conmigo uno de
los chicos, pero puedo llevarte a vos. No es muy exquisito que digamos.
Facundo subió a Carolina a un taxi para llevarla hasta el boliche.
Después, esperaron juntos en la esquina, en silencio, Carolina fumando
nerviosamente y tratando de tragarse el nudo que le cerraba la garganta. Al
rato apareció un viejo en un auto importado y subieron los dos. Bajaron en
un hotel bastante alejado del centro. En la habitación, el viejo le indicó a
Carolina que se sentara en una silla a mirar. Carolina obedeció: no podía
sacarle los ojos de encima a Facundo, viéndolo desnudarse
mecánicamente, su cuerpo pálido, que ella conocía tan bien, el cabello
oscuro alrededor de su hermosa cara, como una aureola negra.
El tipo se arrodilló para besarle los pies a Facundo, que fumaba dando
largas chupadas a su cigarrillo. Una sola vez Facundo dirigió sus ojos a
Carolina, con una mirada vacía, muerta. Ella empezó a llorar
silenciosamente, sintiendo cómo las lágrimas ardientes le quemaban las
mejillas. Mientras tanto, el viejo había llevado a Facundo hasta la cama y
había trepado sobre él, gritando cosas bestiales, y Carolina sintió que se
mareaba al ver a Facundo Fingir gemidos, al ver su cuerpo perfecto
retorcerse bajo el viejo de piel rojiza y grasienta, y se escapó de la
habitación, sintiendo que Facundo se comportaba con ella igual que con
ese tipo, recordando las veces que había visto esa mirada hueca en los ojos
de Facundo cuando estaban juntos, horrorizada al pensar que ella se
parecía mucho más de lo que suponía al viejo que gruñía rabiosamente
sobre el cuerpo de Facundo.
Carolina se acostó esa noche y no se levantó de la cama en varios días.
Dejaba que le trajeran la comida, pero apenas la tocaba. Sus padres
pensaban que estaba deprimida porque se había peleado con algún novio y
no se metieron, cosa que Carolina les agradecía porque no estaba dispuesta
en absoluto a hablar del tema salvo con Mauri, que la escuchaba
silenciosamente mientras le pasaba pañuelos descartables para que se
sonara los mocos. Hasta que un día le levantó las persianas, la sacó a la
rastra de la cama y le dijo: «Si no te levantás de una buena vez, no vas a
levantarte más».
Carolina le hizo caso, de mala gana. Se veía horrible cuando se miraba
al espejo, no tenía ganas de ver a nadie, ni de salir ni de hacer nada.
Esteban le recomendó un cambio de look y ella accedió, sin mucho