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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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dolor, Carolina se había atrevido a interrogarlo, con esperanzas de

escuchar alguna elaborada mentira. Pero no: Facundo le contó todo,

indiferente, sin hacer caso a su llanto, a los objetos que volaban por el

aire, a las puteadas que no parecían herirlo más que las cosas que Carolina

le tiraba y él esquivaba tranquilamente. Cuando ella se quedó sin saber

qué hacer, un impasible Facundo le dijo:

—Carolina, dejate de hinchar las pelotas. O me aguantás así o no me

aguantás. No voy a cambiar por vos.

Ella había gritado:

—Entonces no estás enamorado de mí, hijo de puta.

Facundo, aún más tranquilamente que antes, había contestado que no.

Ella entró en una espiral de locura: se compraba las mejores pilchas que

veía, decidió ser la mejor de todas en la cama, le proponía a Facundo lo

mejores planes para pasar la noche. Pero a Facundo no se le movía un

pelo. De vez en cuando le decía, sonriente: «Estás muy linda». Pero nada

de lo que Carolina hiciera podía cambiar las cosas. Ella soñaba con que un

día a Facundo le brillaran los ojos y, al tomarla en sus brazos, le dijera

algo así como: «Carolina, sos la mujer de mi vida, quiero quedarme con

vos». Si eso pasaba, ella sería la persona más feliz sobre la tierra. Sólo

quería demostrarle a Facundo que nadie nunca podría darle lo que ella le

daba, que él se sintiera orgulloso de tenerla a su lado.

La noche que terminaron, Carolina se desnudó en las escaleras de su

casa, histérica, rogándole a Facundo que se quedara con ella. Él la tomó en

brazos para meterla en su pieza, murmurándole que no gritara porque iba a

despertar a todo el mundo. «¡No me importa!», aullaba Carolina, con todo

el maquillaje corrido. «¿Acaso no te gusto, aunque sea?».

—Sí, sos hermosa —le dijo Facundo—, Ahora vestite.

Carolina empezó a pegarle con los puños cerrados y a besarlo

desesperadamente; Facundo se dejó pegar hasta que Carolina se cansó y se

tiró al piso rogándole que la llevara con él.

—No —dijo Facundo, limpiándose la cara manchada de lápiz labial

rojo.

—Por favor, quiero ver qué hacés, quiero saber, quiero estar con vos.

—No, Carolina.

Ella siguió insistiendo. Se dejó vestir obedientemente, se dejó llevar al

baño y dejó que Facundo le lavara la cara, sin dejar de suplicar, pero

decidida.

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