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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Sus padres, preocupados, llevaron a su hijo al médico y, desde entonces,

Mauricio vivía a pastillas. Llegaba a tomar cuatro o cinco tranquilizantes

por día y seguía haciendo las cosas normalmente. Carolina apenas podía

creerlo. Nunca había visto a su hermano nervioso o mal, salvo aquella

noche. A veces, hasta le parecía que todo había sido una brillante

actuación de Mauricio, pero era evidente que su hermano seguía yendo al

psiquiatra dos veces por semana, así que, por fuerza, algo debía pasarle.

Carolina resopló. A Mauricio se le perdonaba que fuera un inútil, nadie

lo presionaba con nada. Eso la sacaba de quicio porque, finalmente, sus

padres siempre terminaban rompiéndole las pelotas sólo a ella. Estaban

obsesionados con que tenía que hacer algo. Su padre era dueño de una

inmobiliaria y Carolina había trabajado ahí un tiempo, pero enseguida se

había aburrido de llenar papeles. Don Mauro la había puesto entonces a

acompañar clientes a las casas en venta o alquiler, cosa que a Carolina la

había entusiasmado, al menos durante la primera semana, porque

fantaseaba con que algún hermoso ejemplar de hombre, mientras ella lo

paseaba y le mostraba las habitaciones vacías, la tiraría al suelo y se la

cogería sobre el piso de madera, las astillas clavándosele en la espalda.

Nunca sucedió cosa semejante. Sus primeros clientes fueron un

matrimonio con tres insoportables chicos, una pareja de jubilados con olor

a encierro y dos chicas estudiantes con anteojos tipo John Lennon y

polleras orientales. Además, siempre había que visitar las mismas casas,

que Carolina había empezado a odiar, de modo que ya no podía hablarles a

los clientes de las bondades de la ubicación, la iluminación y cosas por el

estilo. Cuando no pudo aguantar más, le dijo a su padre que estaba harta y

fue entonces cuando don Mauro se dio por vencido. A Carolina le había

dado un poco de lástima, así que decidió inscribirse en la Escuela de

Bellas Artes, pero sólo duró unos meses; no conseguía llegar temprano a

una sola clase y tampoco lograba recordar las fechas de los parciales o las

entregas de los trabajos prácticos. A mitad de año, ya había quedado libre.

Su madre hizo una escena, gritos, llanto y qué-he-hecho-yo-para-mereceresto,

pero nada más. Ahora, sus padres mantenían con ella una

inmodificable y silenciosa cara de culo, pero no mucho más que eso.

Miró la hora y empezó a vestirse. Había quedado en ir con Facundo a

Sonic y Carolina estaba feliz porque hacía bastante que Facundo no la

invitaba expresamente a salir. Siempre terminaban encontrándose, de

todas maneras, porque iban a los mismos lugares, pero Facundo

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