Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
que le daba el viejo, que además pagaba el alquiler del departamento;
siempre se podía contar con el viejo si se quedaban sin un mango en
épocas de malaria. A eso había que sumarle la plata que traía Narval
cuando revendía la droga que le compraba al Negro. De alguna manera,
Narval, el Negro y Facundo se habían convertido en socios; Facundo era el
que proveía el capital, Narval era el que vendía y el Negro, el proveedor
mayor. Lo cual no impedía que Facundo le comprara fruía o faso
directamente al Negro cuando quería tener su parte.
A veces, Narval prefería no pedirle plata a Facundo; después de todo,
estaba acostumbrado a andar sin un mango por ahí. Trataba de limitarse a
los momentos en que las cosas se ponían insostenibles. Porque no había
resultado ser un buen socio: se gastaba todo o se tomaba todo siempre;
pocas veces las cosas salían bien y le sobraba plata. A Facundo no le
importaba, pero nunca le daba un mango a Narval si él no se lo pedía.
«Gano plata con mucha facilidad», le había dicho, «y no me importa
perder un poco, pero tampoco estoy tan demente como para perderla
toda». Narval sabía que Facundo tenía toda la razón, así que se callaba la
boca.
Se sentó en un banco de la plaza y se ató el pelo con un nudo. Ya era
completamente de noche y empezaba a caer gente a la plaza, la mayoría
para conseguir droga. Miró atentamente los grupos de gente tratando de
divisar al Negro. Tenía frío en la espalda y estaba empezando a
endurecérsele la mandíbula.
Una chica tomaba vino en tetrabrik, sentada con las piernas cruzadas.
Llevaba zapatillas negras de básquet y una remera de The Exploited.
Narval se acercó a ella para pedirle un trago. La chica le convidó de mala
gana. Tenía el pelo muy corto, teñido de rojo, y la cara maquillada con
base blanca. Narval bebió concienzudamente de la cajita de cartón, a pesar
de las amenazadoras miradas de la colorada. Terminó y se la devolvió.
—¡De nada! —le gritó la chica mientras Narval se alejaba, riendo. Se
había volcado vino tinto sobre los pantalones de Facundo. La cara blanca
de la chica le había recordado la única vez que vio maquillado a Facundo,
con la cara empolvada de blanco espectral y los labios rojos. Y una
sombra celeste sobre los ojos grises, bien años setenta. No le había pedido
opinión a Narval, y él tampoco se la había dado, pero, si alguien le hubiera
preguntado en ese momento, Narval habría dicho que Facundo era la única
persona capaz de cortarle la respiración de semejante manera.