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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Finalmente, se decidió por una linda casita de dos pisos porque unos

empleados de la luz habían dejado una escalera primorosamente cerca de

la ventana del piso de arriba. Decidió subir a la medianoche, después de

que se apagaron las luces de la casa. Hasta ahí, las cosas habían sido

bastante fáciles: Narval había comprobado previamente que los dueños

nunca bajaban las persianas del piso de arriba, que no tenían perro y que la

ventana en cuestión daba a la pieza de uno de los hijos, que esa noche

parecía haber salido, de modo que podía meterse por esa habitación con

toda tranquilidad.

Mientras subía la escalera, se preguntó si los dueños no podrían

escuchar los estrepitosos latidos de su corazón, pero, una vez que estuvo

dentro de la casa, se relajó. La videocasetera estaba en el living, en la

planta baja, así que Narval tuvo que bajar, agradeciendo internamente que

las escaleras estaban alfombradas y amortiguaban tan bien el ruido de sus

pisadas. Desconectó el artefacto con toda calma y, cuando lo tuvo entre las

manos, tenía tanta confianza en sí mismo que decidió no salir por donde

había entrado, sino por una de las ventanas de abajo, que estaba

entrecerrada. No bien levantó la persiana para meter su cuerpo y el

aparato, el agudo chillido de la alarma lo ensordeció. Quedó paralizado

unos segundos, pero enseguida reaccionó y salió corriendo por la calle

oscura, transpirando a mares y temiendo todo el tiempo que el aparato

resbalara de entre sus manos húmedas y se estrellara contra el piso.

Después de correr unas cuantas cuadras, seguro de que lo seguían veinte

patrulleros, saltó el tapial de un terreno baldío y se quedó ahí, escuchando.

Pero 110 pasó nada. Media hora después salió tranquilamente del potrero y

se fue hasta lo del Negro, que lo recibió satisfecho. Narval nunca le había

contado de su torpeza, y mucho menos en ese momento porque el Negro

siempre estaba paranoico con que la policía cayera a su casa.

Pero, desde que Narval y Facundo se conocían, las cosas habían

cambiado bastante. Narval ya no necesitaba robar para conseguir placa.

Una vez, bastante desesperado, le había pedido unos pesos a Facundo y él

se los había dado, pero con la condición de que le comprara faso o merca

al Negro y revendiera una parte después, para recuperar la plata.

Facundo era fantástico para los negocios. Gastaba muchísimo en drogas

y en salidas; siempre era el que pagaba los tragos. Pero no lo hacía porque

sí; siempre ganaba más de lo que gastaba. Por un lado, estaban las

exorbitantes sumas de dinero que obtenía de sus amantes; por otro, la plata

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