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Finalmente, se decidió por una linda casita de dos pisos porque unos
empleados de la luz habían dejado una escalera primorosamente cerca de
la ventana del piso de arriba. Decidió subir a la medianoche, después de
que se apagaron las luces de la casa. Hasta ahí, las cosas habían sido
bastante fáciles: Narval había comprobado previamente que los dueños
nunca bajaban las persianas del piso de arriba, que no tenían perro y que la
ventana en cuestión daba a la pieza de uno de los hijos, que esa noche
parecía haber salido, de modo que podía meterse por esa habitación con
toda tranquilidad.
Mientras subía la escalera, se preguntó si los dueños no podrían
escuchar los estrepitosos latidos de su corazón, pero, una vez que estuvo
dentro de la casa, se relajó. La videocasetera estaba en el living, en la
planta baja, así que Narval tuvo que bajar, agradeciendo internamente que
las escaleras estaban alfombradas y amortiguaban tan bien el ruido de sus
pisadas. Desconectó el artefacto con toda calma y, cuando lo tuvo entre las
manos, tenía tanta confianza en sí mismo que decidió no salir por donde
había entrado, sino por una de las ventanas de abajo, que estaba
entrecerrada. No bien levantó la persiana para meter su cuerpo y el
aparato, el agudo chillido de la alarma lo ensordeció. Quedó paralizado
unos segundos, pero enseguida reaccionó y salió corriendo por la calle
oscura, transpirando a mares y temiendo todo el tiempo que el aparato
resbalara de entre sus manos húmedas y se estrellara contra el piso.
Después de correr unas cuantas cuadras, seguro de que lo seguían veinte
patrulleros, saltó el tapial de un terreno baldío y se quedó ahí, escuchando.
Pero 110 pasó nada. Media hora después salió tranquilamente del potrero y
se fue hasta lo del Negro, que lo recibió satisfecho. Narval nunca le había
contado de su torpeza, y mucho menos en ese momento porque el Negro
siempre estaba paranoico con que la policía cayera a su casa.
Pero, desde que Narval y Facundo se conocían, las cosas habían
cambiado bastante. Narval ya no necesitaba robar para conseguir placa.
Una vez, bastante desesperado, le había pedido unos pesos a Facundo y él
se los había dado, pero con la condición de que le comprara faso o merca
al Negro y revendiera una parte después, para recuperar la plata.
Facundo era fantástico para los negocios. Gastaba muchísimo en drogas
y en salidas; siempre era el que pagaba los tragos. Pero no lo hacía porque
sí; siempre ganaba más de lo que gastaba. Por un lado, estaban las
exorbitantes sumas de dinero que obtenía de sus amantes; por otro, la plata