Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Narval se fue sin cerrar la puerta: no había llave por ningún lado y, si a
Facundo no le importaba, a él tampoco. Bajó las escaleras a oscuras. No
pudo encontrar la llave de la luz en ningún piso, así que siguió a ciegas,
adivinando los escalones, como si bajara por un pozo hacia el centro de la
tierra.
La calle lo enojó: no le gustaba el barrio de Facundo, no le gustaban el
ruido ni los negocios finos ni el tránsito interminable. Caminó rápido, con
las manos en los bolsillos, tratando de alejarse lo más pronto posible. Se
había acostumbrado tanto a caminar que ya ni se cansaba; calculaba que
debía recorrer más de diez kilómetros por día.
Sin embargo, llegó casi agotado a la calle de los bares: el calor era
abombante. «Calle de los bares» era la manera en que había bautizado una
cuadra frente a la plaza Flores donde había dos boliches bastante
diferentes, pero complementarios: Malicia y Sonic. Malicia era
básicamente un bar donde uno paraba a tomar algo antes de partir hacia
Sonic, un galpón cuadrado donde se escuchaba rock y se bailaba. Ambos
boliches eran también el lugar de encuentro para pegar algo de droga,
aunque, por lo general, las movidas se hacían en la plaza, ignorando la
ominosa presencia de los patrulleros que la bordeaban una y otra vez
durante la noche.
Narval cruzó hacia la plaza con esperanzas de encontrar al Negro, que, si
estaba de buen humor, quizá le habilitaría algo de fruía.
Pero sólo si estaba de buen humor: al Negro no le gustaba que le quedaran
debiendo. Si era benévolo a veces con Narval, era porque siempre, tarde o
temprano, éste le pagaba. Narval se metía en bardos espectaculares para
conseguirle la plata al Negro. El más memorable había sido el episodio de
la videocasetera. En esa época Narval no robaba cosas grandes, se limitaba
a abrir uno que otro coche o arrebataba plata y ropa a cualquier
desprevenido que anduviera solo por la calle. Pero con la videocasetera
había sido una situación especial porque Narval estaba tan endeudado que
con ninguno de sus pequeños hurtos hubiera podido conseguirle la plata
que debía. Además, en ese momento al Negro no le hacía tanta falta
efectivo: se había metido en la historia de vender televisores y
videocaseteras robados, así que le dijo a Narval que, si traía una video,
solucionaba su problema.
Narval montó guardia durante unas noches por su barrio, para averiguar
qué casa se acomodaba mejor al propósito de meterse por la ventana.