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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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había bañado también había sido ahí: sólo que Facundo estaba con él,

acariciándolo y riéndose cada vez que metía su negra cabeza bajo el agua

y le chupaba la pija.

El calor había hecho que su corazón iniciara un golpeteo alarmante, y

Narval tuvo miedo de desmayarse y caerse y morirse ahogado en la

bañadera. Se sentó para lavarse la cabeza. Cada vez que se restregaba el

pelo para hacer espuma, sacaba las manos de su cabeza y encontraba los

dedos llenos de pelos, así que se enjuagó: se le ocurrió que iba a salir de la

bañadera pelado.

No se secó con una toalla; se paseó desnudo y mojado, dejando charcos

por todo el piso, y salió al balcón para refrescarse. Se aburría y eso

consiguió asustarlo. Porque había pensado por un segundo lo divertido que

sería que en ese momento apareciera alguno de Ellos haciendo alguna

asquerosidad. Entonces, con un cosquilleo, sintió una enorme erección.

Generalmente, asustarse tanto como en ese momento hacía que la

excitación desapareciera inmediatamente. Pero esta vez no. Empezó a

temblar, pero revoleó la cabeza un poco. No voy a pensar en eso, se dijo.

Me voy a vestir y voy a salir a buscar droga. Punto.

Olió su ropa tirada en el piso y frunció la nariz. No quería volver a

ponérsela, sentiría que no se había bañado. Decidió llevarse algo prestado

de Facundo. Tenían casi el mismo tamaño: la diferencia era que a él la

ropa nunca le quedaba tan bien como a Facundo.

Revolvió la pila que se amontonaba sobre una silla. Eligió unos

vaqueros, pero eran demasiado ajustados para él (y, además, si su pija

seguía entusiasmada, no habría forma de ponérselos sin dolor).

Continuó la búsqueda. El olor de Facundo le llenaba la nariz y sólo

conseguía excitarlo más, pero igual siguió buscando, puteándolo por

dentro. Todos los pantalones de Facundo eran de cuero, o ajustados, o de

colores, y Narval sólo quería un vaquero; no podía ser tan complicado.

Encontró uno, finalmente, ancho en las botamangas y elastizado. Se lo

puso con una musculosa negra.

Abrió la puerta del anuario para mirarse en el espejo. Se dijo que con

esos pantalones y sin afeitar parecía un hippie; y con el bulto del pito

parado parecía, además, un degenerado, para no contar las oscuras marcas

púrpura en sus antebrazos, que completaban el cuadro de hippie mugroso y

drogadicto. Se encogió de hombros. Facundo, con la misma ropa, parecía

un dios griego. Siempre parecía un dios griego.

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