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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Narval entró en el túnel negro; Ella lo llevaba de la mano para que no

sintiera miedo. Pero Narval no temía; quería pasar, alejarse de las cosas,

de la luz del sol, de los espejismos.

El-Hombre-con-huecos-en-vez-de-ojos esperaba del otro lado,

sonriendo. Estoy volviendo a casa, se dijo Narval, como si mi familia me

recibiera con los brazos abiertos. Es que Ellos son los míos y no hay nada

más.

La oscuridad se cerró detrás de él con un ruido seco; probó mirar atrás,

pero era imposible. Ya no existía otro lugar adonde ir. A Narval no le

importó: nada lo unía al mundo de mentira que había fuera del túnel.

Ahora sabía que sólo una cosa lo mantenía viviendo de aquel lado: eso ya

no estaba. También había sido un sueño.

Caminó: había muchos más de Ellos, lo sabía, lo adivinaba, aunque aún

no los viera.

«Nosotros», le murmuró Ella al oído y Narval asintió. «Nosotros»,

repitió. Una chica de dientes negros apareció caminando en cuatro patas,

con una cabeza de gato entre los dientes. Narval soltó la mano de Ella para

recorrer solo el túnel laberíntico, lleno de sombras y murmullos suaves.

Le gustaban la oscuridad y el frío, las caras extrañas que le mostraban los

dientes cuando se lo cruzaban.

Narval retrocedió, feliz, para buscarla a Ella, pero sólo encontró a el-

Hombre-de-las-arañas raspando una pared con las uñas, cubierto de

insectos que le salían de las orejas. Narval se miró los brazos amoratados;

de uno de ellos manaba un hilito de sangre y pus y la mano se le estaba

hinchando, deforme, púrpura. Pero no dolía. Movió los dedos agarrotados

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