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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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33

Facundo se miró las piernas; no sabía si iba a poder caminar. Lord Byron

se trepó a sus rodillas y él lo besó en la nariz manteniéndolo apretado

contra sí, tan fuerte que el gato empezó a retorcerse y finalmente logró

escapar para refugiarse en el balcón. Quedate conmigo, pensó Facundo, y

se levantó con pesadez.

Sobre la mesa de luz descubrió una nota de Armendáriz diciendo que

volvería más tarde; la hizo un bollo y se dijo que ya era tarde, tarde para

todo, y apretó las manos hasta que se pusieron pálidas.

Había soñado con su madre y la recordó arrastrándolo por toda la casa

cuando él tenía sólo seis años y ella, aterrada, lo arrancaba de su

habitación para que dejara de jugar con sus amiguitos invisibles y lo ponía

contra el vidrio de la ventana para que pudiera ver a los chicos jugando en

el sol de la siesta, sacudiéndolo, gritándole: «Así tenés que ser vos, un

nene normal, no encerrarte como si estuvieras loco». Su madre, que

siempre insistía en que él la odiaba, que no se había movido en su panza

cuando estaba embarazada, que nunca había podido darle de mamar

porque él la rechazaba, que le prohibía mirarla «porque tenés los mismos

ojos que él», que siempre lo acusaba de pensar las mismas cosas y dejarse

llevar por ellas; Facundo sentía que era así, que en ese momento no había

nada más real que esas manos que le cerraban los pulmones, nada más real

que los empujones de esa mano fantasmagórica en la espalda, y se sintió

como si, después de haber tendido un hilo mientras se internaba en un

laberinto, alguien se lo hubiera cortado sin querer. Nunca se puede estar lo

suficientemente alerta, se dijo. Quizá hasta fuera una liberación, pero las

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