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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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vos, sino de lo que eso significa —y de pronto se sentó, secándose los ojos

violentamente con la punta de la sábana; su respiración era ávida y las

costillas se le marcaban muchísimo en el pecho desnudo—. Me estoy

poniendo tan grasa... —dijo—. Lo que te hace una noche sin dormir.

Armendáriz se incorporó y volvió a abrazarlo desde atrás.

—¿De qué tenés miedo? ¿De morirte? Si sos un chico... Dejame llevarte

al médico.

—Es al pedo. Nunca nadie entiende nada. Claro que tengo miedo de

morirme, como todos, como siempre. No es eso solamente, pero por qué

tendrías que entender... Si yo mismo no lo entiendo.

—Explícame.

—¿Por qué? —Facundo hizo una mueca burlona—. ¿Te debo algo?

—Decime qué te pasa —Armendáriz elevó la voz, con un tono casi

histérico, cuando dijo—: Por favor, me estoy volviendo loco, ¿no te das

cuenta? —y lo abrazó más fuerte.

Facundo resopló, lleno de cansancio.

—Estoy harto de estas escenas, anoche ya tuve bastante. Soltame.

Armendáriz no le hizo caso: lo obligó a darse vuelta; entonces, notó que

los labios de Facundo estaban pegoteados de sangre seca y que tenía dos

moretones en la cara. Lo zamarreó. Él se dejó hacer, a pesar de que los

sacudones lo marearon tanto que estuvo a punto de desmayarse.

—Estuviste con alguien anoche —gritó Armendáriz—, Alguien que te

puso así. ¿Quién? ¿Qué te hizo? ¿Te peleaste?

—¿Yo, la puta más grande que existe? No. Y, de todas maneras, ¿para

qué querés saber si estuve con alguien? No lo conocerías. Tengo la boca

partida porque me caí. Y no dije que hubiera estado con alguien anoche.

Otra vez, pensó Armendáriz, otra vez miente y juega con las palabras. Se

retorció las manos y todas las venas del cuello se le hincharon.

—No seas imbécil —dijo Facundo, sintiendo que todo le daba vueltas—.

Me hacés sentir un hijo de puta y sos vos el que se está portando como un

policía.

Armendáriz empezó a llorar.

—¿Por qué no podés quererme?

—¿Quién dijo que no te quiero? Luis, por favor, no me vuelvas loco. Me

siento mal de verdad, vení.

—Abrió los brazos y Armendáriz lo abrazó con urgencia; apoyó la

cabeza sobre el pecho de Facundo y sintió su corazón, que latía violenta y

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