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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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32

Armendáriz cometió tantos errores esa mañana en la oficina que se dijo

que estaba perdiendo completamente el control. En la reunión con los

empresarios que prometían conseguirle el negocio de su vida, no había

podido decir palabra, hipnotizado porque uno de ellos fumaba los mismos

cigarrillos que Facundo. Era sólo un detalle, pero había disparado dentro

de su cabeza una secuencia de recuerdos: Facundo apagando un cigarrillo

en el piso, su elástico cuerpo arqueado para alcanzar el encendedor, el

cigarrillo colgando de sus dedos largos, los ojos grises parpadeando

cuando le molestaba el humo.

Había decidido que a la una en punto iría al departamento; desde

entonces, miraba el reloj a cada rato, sin poder creer que el tiempo pasara

tan lentamente.

Se le hizo la hora en medio de otra reunión. No le importó nada. Se

levantó murmurando que tenía algo urgente que hacer. «Problemas de

familia», dijo, con una falsa sonrisa apenada. No se molestó en avisarle a

su secretaria; sólo podía pensar en la mirada de eterno desdén de Facundo.

En su impaciencia, olvidó que había dejado el auto en un

estacionamiento y perdió más de quince minutos recorriendo la cochera de

la empresa. Se golpeó la frente cuando recordó, y corrió hasta el

estacionamiento; pagó tan rápido como pudo, tirando moneditas al piso.

No tocó el portero; hacía días que nadie lo atendía. Esperó que alguien

subiera y entró detrás. Golpeó con suavidad la puerta del departamento,

pero, como no escuchó respuesta, probó el picaporte. Estaba abierta.

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