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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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30

Facundo caminó durante horas, sin pensar, y su frenético vagabundeo

terminó en las vías abandonadas. Buscó un agujero en el alambrado para

pasar; las vías no se usaban desde hacía meses, un cerco de metal

entretejido cuidaba los galpones que guardaban las máquinas.

Encontró un lugar donde el alambrado había caído al piso. El pasto

estaba crecido.

A Facundo le gustaba el abandono de ese lugar, su silencio interrumpido

sólo por las voces de los chicos que jugaban detrás de los matorrales.

Encendió un cigarrillo; a lo lejos veía el puente que cruzaba las vías, por

el que nunca pasaba nadie. A sus espaldas estaba el galpón de paredes de

ladrillo medio derrumbadas; por los agujeros podía verse una antigua

locomotora abandonada, muerta. Se sentó, después de limpiar un poco el

piso, que estaba lleno de vidrios rotos.

Narval y Facundo habían descubierto ese lugar por casualidad; en

invierno pasaron noches junto al galpón, al lado de un improvisado

fueguito, fumando marihuana hasta el amanecer. Por eso Facundo no se

sorprendió cuando Narval apareció de pronto, a pesar de que no había oído

pasos, ni un solo ruido en el inmenso silencio de las vías, como si Narval

hubiera urgido de la nada o del galpón donde dormía la locomotora.

—Hola. No sabía que iba a encontrarte acá.

—Estuve esperándote —dijo Facundo, mientras miraba enrojecer el

cielo—. Hace días que espero. Y ahora que estás acá, no sé. Es tan...

—¿Tan qué?

—Tan doloroso.

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