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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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29

Cuando Facundo volvió al departamento, era casi de madrugada. Entró en

el living a oscuras y oyó los grititos de Carolina, que cogía con Juani en la

cama. Ni se molestó en decir nada: se acostó en el piso y se despertó

varias horas después, con el cuello y los hombros doloridos,

contracturados. El almohadón que había usado como almohada era

demasiado duro; sin embargo, había dormido profundamente y sin sueños.

Creía recordar que Esteban lo había despertado a los sacudones en algún

momento para que le abriera la puerta y lo dejara salir. Y que, todavía

mareado por la borrachera, se preguntó por qué motivo estaba durmiendo

en el piso, pero, al ver las rubias cabezas de Juani y Carolina sobre su

cama, recordó, y volvió a acostarse y se durmió instantáneamente. Hacía

mucho que no dormía así.

Acarició su cuello y se levantó para hacerse un café; le dolía la cabeza

todavía y tenía el estómago revuelto, tanto que sabía que incluso el café le

daría náuseas. Puso agua en el fuego y al rato Juani se asomó a la puerta

de la cocina, en calzoncillos, con el pelo revuelto y los ojos hinchados.

—Perdóname, Facundito, estábamos demasiado ebrios para damos

cuenta de que estábamos usando tu cama.

—Está todo bien. Si no, los hubiera hecho levantar. ¿Un café?

—Sí. ¿Y el otro pibe, el diabólico... cómo es que se llama?

—Esteban. Se fue.

Juani se quedó callado, mirando a Facundo, que encendía el primero de

sus cuarenta cigarrillos diarios.

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