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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Juani abrazó a Carolina desde atrás para besarla en el cuello.

—A ella me la presentaste vos, ya sabés. El loco estaba en la casa de

ella. ¿Cómo es que se llama?

—Esteban —dijo Carolina.

—Esteban. Bien, yo pasé a buscarla a ella y decidimos venir para acá y

Esteban se vino con nosotros —Juani se encogió de hombros.

Esteban caminaba por el departamento tocando todo.

—Ni se te ocurra tocar al gato porque odia a la gente —le gritó

Facundo. Esteban no lo escuchó; estaba entretenido mirando los compacts.

—Armate otro porro, Esteban —dijo Carolina, y se sentó sobre los

almohadones, golpeando uno con la mano para que Facundo fuera a

sentarse a su lado. Cuando lo tuvo cerca, lo rodeó con los brazos y lo besó

en la mejilla.

—A partir de hoy, voy a ponerme las pilas, voy a dejarme y dejarte de

joder. Te lo prometo.

Juani gritó desde la cocina:

—¿Tenés cerveza?

—Sí —dijo Facundo, y luego murmuró, en voz baja—: ¿Y, entonces, por

qué estás con él?

—Porque me gusta.

Juani volvió con una cerveza abierta, seguido por Esteban, que había

terminado su inspección e intentaba infructuosamente armar un cigarrillo

de marihuana.

—Dame —dijo Facundo. Lo ponía muy nervioso que la gente no supiera

armar un porro—, Mirá, es una cuestión de supervivencia: una persona

que no sabe cocinar ni manejar ni armar un porro no es totalmente libre.

Con sus dedos largos hizo un simple movimiento y armó un precioso

cigarrillo. Se lo dio a Juani, que lo encendió sonriente, aguantando mucho

tiempo en los pulmones el humo dulzón.

—Me encanta drogarme —dijo después.

—A mí también —dijo Carolina—, Sobre todo, fumar. No me veo de

cuarenta años tomando ácido o merca, pero sí fumando. ¿Vos, Facun?

Facundo sonrió débilmente.

—No me veo de cuarenta. No creo que llegue.

—No digas eso —dijo Carolina.

Esteban fumó dos pitadas y anunció:

—Tengo que contarles una cosa.

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