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28
Facundo pitó el cigarrillo furiosamente, quemándolo hasta el filtro.
Estaba sintiéndose casi claustrofóbico en su departamento, pero no sabía
adónde ir. Llevaba horas encendiendo y apagando el televisor,
preparándose comida que no podía tocar y que Lord Byron también
ignoraba. Aplastó el cigarrillo en un cenicero que había puesto sobre la
pila de libros que no conseguía leer porque no podía concentrarse
demasiado tiempo en nada. Suspiró. Le dolía la cabeza por la borrachera,
las aspirinas sólo habían conseguido que, además, le ardiera el estómago.
Fue al baño a mojarse la cara y se quedó un rato mirándose en el espejo.
Lo sorprendió un poco que su cara siguiera siendo hermosa a pesar de la
palidez y las ojeras alarmantes. Estaba incluso más lindo que de
costumbre, por el extraño contraste de la piel tan blanca y el cabello tan
oscuro, todo perfeccionado por los ojos claros afiebrados, llameantes, y la
boca roja, carnosa, que se cerraba sobre los dientes blancos.
Sonó el timbre y Facundo sonrió, todavía mirándose al espejo.
Exactamente lo que necesitaba: compañía para aliviar la espera. Sabía que
iba a volverse loco si seguía quedándose solo.
—¿Quién es? —gritó.
—Juani y más gente.
Facundo abrió la puerta y Esteban entró gritando: «Qué buen
departamento, loco, qué buen departamento».
Juani y Carolina entraron también, riéndose.
—¿Qué hace éste acá? —dijo Facundo, mientras cerraba la puerta—.
Mejor dicho, ¿qué carajo hacen los tres juntos acá?