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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Volvió a revisarse el cuello con el espejito: las marcas estaban justo

debajo de su oreja izquierda, un pequeño hematoma morado con puntitas

rojas. Furioso, tiró el espejo al piso, que se partió por la mitad.

—¡Ellos no existen! —gritó—. ¡Estas marcas no existen!

El esfuerzo del grito lo hizo toser y se dobló sobre sí mismo. No pueden

dejarme marcas, ni en el cuello ni en ningún otro lado, pensó, pero el caso

es que me las dejaron en el cuello. Su propio razonamiento le causó

gracia. Rio agarrándose la panza y tropezando con los platos y la basura

tirada en el piso. El ruido de sus carcajadas lo asustó.

—No es cómico —dijo en voz alta, extendiendo el dedo índice de su

mano y moviéndolo mientras hablaba, como si estuviera retando a alguien

—. Si me da risa, es que estoy completamente loco.

Tenía frío. Se sentía débil, agotado, como cuando se picaba. Sentía los

restos de la cocaína bailoteando por su cuerpo, las mandíbulas doloridas

de tanto apretar los dientes, el dolor de las agujas en el cuello. Y tembló

ante el recuerdo; él no podía picarse solo en el cuello porque no sabía

cómo. Necesitaba que alguien lo ayudase; y Ella lo había ayudado, por

supuesto.

Todos los poros del cuerpo se le abrieron y el sudor empezó a manar de

su frente y a gotearle sobre los labios. Sintió su propio olor a adrenalina, a

miedo, y las manos empapadas se sacudieron, tanto que Narval no podía

distinguir sus dedos si las miraba mucho tiempo.

—Basta —murmuró, agarrándose las piernas, pero no le obedecieron y

los músculos siguieron contrayéndose en pequeños espasmos

descontrolados. No quería dejarse llevar y apretó los dientes; masticó algo

extraño y tuvo una arcada. Cayó al piso, pero no pudo vomitar porque no

tenía nada en el estómago. Escupió varias veces más, corrió al baño a

lavarse la boca. En el agua que salía de su boca se distinguían cositas

negras. Cerró fuerte los ojos y se aferró al lavatorio con las dos manos.

Salió corriendo del departamento y en su carrera se llevó por delante al

nene del triciclo, que cayó al piso gritando. Pero Narval siguió corriendo,

buscándolos con desesperación, para que Ellos le explicaran todo. Tenía la

mitad de la cara afeitada.

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