You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Él también la ve, pensó de golpe Narval. Ya no le brillan los ojos. ¿O no
pareció, cuando Ella cerró los dedos sobre el vaso, que Facundo estaba
sobrio? Y esta risa de ahora es falsa, está fingiendo. Él la conoce, Dios
mío, él es uno más. Bruscamente se apartó de la mesa y salió corriendo,
cayéndose en la vereda, chocando con las paredes, seguro de que Facundo
lo había emborrachado por algún motivo relacionado con Ella. Antes de
llegar a la esquina, se cayó de cara contra el piso y la cabeza le dio tantas
vueltas que no pudo volver a levantarse. Luchó contra el mareo y el
zumbido en los oídos y de pronto escuchó un grito, aumentado por el eco.
—¡Ey!
La silueta de Facundo, negra y alta, se recortó como una sombra a pocos
pasos de Narval; caminó tambaleante y la luna iluminó sus ojos grises. A
pesar de que no le veía toda la cara, Narval supo, por la expresión de los
ojos, que Facundo sonreía.
—¿Adonde vas, Narval? —oyó que le gritaba, arrastrando las palabras.
Facundo dio un paso más y su rostro blanquísimo recibió de lleno la luz;
entonces, se metió dos dedos en la boca, los humedeció con la lengua y
comenzó a acariciarse el cuerpo con una sonrisa cruel y una lujuria
malsana en la mirada. Sin dejar de pasarse la lengua por los labios, detuvo
las manos entre las piernas y las separó.
—¿Adonde carajo vas? —volvió a gritarle, y, echando la cabeza hacia
atrás, rio, casi le ladró a la luna.
Narval, aterrado, resbaló en el pavimento: volvió a caer, pero se levantó y
corrió alejándose de las risotadas espantosas de esa silueta negra que se
convulsionaba bajo las estrellas. Y casi rio sin ganas él también cuando, al
doblar la esquina, Ella lo frenó tomándolo por los hombros, echándole el
aliento inmundo en la cara. Narval siguió riéndose hasta que se escuchó a
sí mismo sollozando y Ella lo arrastró a una casa. Seguramente esta casa
tampoco existe, pensó. Qué falta me hace un pico, el último pico. Ella, que
siempre adivinaba sus pensamientos, le acarició el cuello y le susurró al
oído que tenía todo lo que él quería. Todo.