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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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26

A lo largo de esos días y noches interminables, Narval había imaginado

miles de veces a Facundo, pero ni siquiera se acercaba al Facundo real que

estaba viendo desde la puerta de Malicia. Nunca podía imaginarlo tal cual

era, con sus ojos fríos, sus movimientos malhumorados, el enorme

misterio de su belleza sobrenatural. Parece una estatua viva, se dijo, todos

los demás son menos que humanos ante él, no parece del mismo mundo

que las otras personas.

Se acercó a la mesa de Facundo, primero caminando despacio y luego

cada vez más rápido, aterrado ante la posibilidad de que alguien se

interpusiera en su camino y, justo entonces, lo perdiera de vista. A los

empujones llegó a la mesa y se sentó. Facundo estaba tomando una

ginebra y lo miró sin sorprenderse, la cabeza apoyada en una mano, como

si lo estuviera esperando.

—Hola —dijo Narval.

Facundo no contestó. Encendió un cigarrillo y se lo llevó a los labios

con urgencia; tiró el humo mirando para un costado, con los ojos

enrojecidos, mientras leves espasmos le recorrían el cuerpo, como si

recibiera pequeñas descargas eléctricas.

—No quise volver acá desde aquella noche —dijo, todavía con los ojos

clavados en la pared—. No quise. Pero hoy no pude aguantar más, aunque

tenía la esperanza de que no aparecieras.

—Te extrañé. A lo mejor te extrañé demasiado —dijo Narval, sintiendo

cómo se aceleraba su corazón. Acarició suavemente la mejilla de Facundo

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