Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
no le importaba la temperatura del agua: abrió la boca sobre el chorro y
bebió, como si tuviera que calmar una sed de siglos. Después de casi
media hora, salió de la ducha tiritando y trató de mirarse en el espejo.
Estaba roto: en la desesperación por limpiarse, no había reparado en los
pedacitos de vidrio desperdigados por el piso, que le habían cortado
apenas las plantas de los pies. Se agachó en busca de un pedazo lo
suficientemente grande como para que le permitiera mirarse la cara, pero
todos eran demasiado pequeños. Esto es lo que siento, exactamente, pensó:
como si se me hubiera caído un espejo en una calle llena de gente. Todos
pasan y patean los pedazos y yo quiero juntarlos, pero es al pedo y, sin
embargo, no puedo dejar de buscarlos porque de eso depende lo poco de
cerebro que me queda, si me queda algo.
Mientras salía del baño, se pasó la mano por la cara; tenía la barba
crecida, pero apenas: no habían pasado tantos días, entonces. No tenía la
menor idea de cuándo había visto amanecer por última vez. Juntó su ropa
sucia y, haciéndola un bollo, la arrojó a un rincón, lo más lejos que pudo.
Qué bueno sería, pensó, poder decir dentro de unos años: de pibe estaba
tan zarpado que me perseguían tres alucinaciones horribles y yo me
pensaba que eran de verdad, qué mal te hacen las drogas.
Se rio un poco de sí mismo y, muerto de frío, buscó algo para ponerse.
En medio del caos de comida rancia y suciedad, encontró intactos los
pantalones de Facundo: se los llevó a los labios antes de ponérselos y
empezó a llorar. Tenía que verlo, necesitaba verlo, esa misma noche,
cuanto antes.
Volvió al baño y se enjuagó la boca escupiendo extraños pedacitos
oscuros; se metió los dedos para limpiarse mejor y volvió a escupir,
asqueado. Seguía llorando, tanto que tuvo que sentarse sobre el colchón.
Narval recordó a Ella gimiendo sobre su cuerpo como una bestia
moribunda y recordó el odio en los ojos de serpiente de esa mujer horrible
cuando él clamaba por Facundo en el piso. Lo recordó perfectamente. Y
sintió miedo. Por eso tuvo que salir del departamento para meterse en un
bar vacío; pero no podía pedir nada de comer, no tenía un peso y, para
evitar que el olor de las medialunas lo desesperara, se metió en el baño y
cerró la puerta con el pasador. Leyó los grafitis, enloquecido: Laura te
quiero, la tengo de veintidós centímetros, Boca campeón. Alguien golpeó
a la puerta y Narval gritó: «Estoy cagando, la concha de tu madre».