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Unas uñas rascaron los azulejos. Exactamente el mismo ruido que una
tiza al chirriar contra un pizarrón: Narval sintió que se le destrozaban los
dientes. La humedad corría por el techo y goteaba.
«Acá estás. Fue fácil encontrarte».
La voz era resquebrajada. Peor todavía: gorgoteante. Narval se negaba a
mirarla y empezó a temblar con violentas sacudidas. Basta, pensó. Pero
los tacos se acercaban vacilantes. Aunque tenía los ojos cerrados, Narval
supo que se había detenido delante de él. Y sintió el aliento fétido en la
cara, pero mantuvo los ojos cenados.
Ella le pasó una mano por la barbilla; Narval se la aferró con fuerza para
evitar que lo tocara. Entonces abrió los ojos.
Ella y sus labios exangües, su piel grisácea, el cuello y los brazos llenos
de marcas y moretones, el rostro pintarrajeado y ese olor a sudor y
brillantina. Narval empezó a pedir mentalmente porfavorporfavor
porfavor, pero no. Nunca se iban.
Ella se acostó en el piso abierta de piernas, se levantó la pollera y
empezó a masturbarse. Con la lengua se corría el rojo lápiz labial y lo
reemplazaba con la sangre que brotaba de las heridas que se hacía con sus
largas y descuidadas uñas entre las piernas. Narval empezó a arrastrarse
por el piso para huir y Ella comenzó a reírse: una risa ululante, que
terminó en un alarido.
«No te vayas», le gritó la mujer, y el eco de sus gritos resonó como
campanadas en el silencio del subte.
Narval subió corriendo las escaleras. En la mitad se quedó casi sin aire y
con un resto llegó arriba. Se apoyó en la baranda y sintió que se ahogaba,
que ya no sentía las piernas. Respiró ávidamente un poco y siguió
caminando sin mirar atrás. Otro encuentro como ése y se volvería loco,
loco de atar. Se sentó en un umbral y acurrucó la cabeza entre las rodillas.
No quería mirar a la gente. No quería verla de nuevo. ¿Y si, cuando
finalmente decidiera levantarse, se encontraba con Ella mirándolo? Sintió
un mareo y empezó a llorar y se dijo que así lo encontraría alguien alguna
vez, sucio, drogado y desquiciado. Y que ese alguien se lo llevaría y que ni
siquiera entonces podría dejar de llorar.