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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Unas uñas rascaron los azulejos. Exactamente el mismo ruido que una

tiza al chirriar contra un pizarrón: Narval sintió que se le destrozaban los

dientes. La humedad corría por el techo y goteaba.

«Acá estás. Fue fácil encontrarte».

La voz era resquebrajada. Peor todavía: gorgoteante. Narval se negaba a

mirarla y empezó a temblar con violentas sacudidas. Basta, pensó. Pero

los tacos se acercaban vacilantes. Aunque tenía los ojos cerrados, Narval

supo que se había detenido delante de él. Y sintió el aliento fétido en la

cara, pero mantuvo los ojos cenados.

Ella le pasó una mano por la barbilla; Narval se la aferró con fuerza para

evitar que lo tocara. Entonces abrió los ojos.

Ella y sus labios exangües, su piel grisácea, el cuello y los brazos llenos

de marcas y moretones, el rostro pintarrajeado y ese olor a sudor y

brillantina. Narval empezó a pedir mentalmente porfavorporfavor

porfavor, pero no. Nunca se iban.

Ella se acostó en el piso abierta de piernas, se levantó la pollera y

empezó a masturbarse. Con la lengua se corría el rojo lápiz labial y lo

reemplazaba con la sangre que brotaba de las heridas que se hacía con sus

largas y descuidadas uñas entre las piernas. Narval empezó a arrastrarse

por el piso para huir y Ella comenzó a reírse: una risa ululante, que

terminó en un alarido.

«No te vayas», le gritó la mujer, y el eco de sus gritos resonó como

campanadas en el silencio del subte.

Narval subió corriendo las escaleras. En la mitad se quedó casi sin aire y

con un resto llegó arriba. Se apoyó en la baranda y sintió que se ahogaba,

que ya no sentía las piernas. Respiró ávidamente un poco y siguió

caminando sin mirar atrás. Otro encuentro como ése y se volvería loco,

loco de atar. Se sentó en un umbral y acurrucó la cabeza entre las rodillas.

No quería mirar a la gente. No quería verla de nuevo. ¿Y si, cuando

finalmente decidiera levantarse, se encontraba con Ella mirándolo? Sintió

un mareo y empezó a llorar y se dijo que así lo encontraría alguien alguna

vez, sucio, drogado y desquiciado. Y que ese alguien se lo llevaría y que ni

siquiera entonces podría dejar de llorar.

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