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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Lo vi caminando por ahí. El no me vio. No creo que pudiera ver nada.

Parece loco.

—No está loco —dijo Facundo.

—Pero parece.

Facundo apartó a la Diabla para recostarse sobre el colchón, a pesar de

que sabía que no iba a poder dormir.

Joaco se dio vuelta en la cama y murmuró:

—¿No me trajiste un regalito?

Facundo, sin decir palabra, sacó la bolsita de merca del bolsillo y se la

tiró a Joaco, que gritó teatralmente: «Te amo». Él no pensaba tomar

merca; estaba demasiado nervioso: si tomaba una sola raya estallaría en

tres mil pedazos. Además, últimamente no podía soportar bajar. Nunca en

su vida había bajado bien; envidiaba a la gente que no se sentía mal

cuando se le terminaba la fruía.

—Durmamos —dijo Juani, y apagó el cigarrillo para volver a meterse

bajo las frazadas— Chau, chicos.

—Adiós —dijo Joaco, y se levantó de la cama para irse a otra

habitación, con la bolsita en la mano.

La Diabla fue dejando de llorar y también desapareció hacia la

habitación de al lado, con su pañuelo en la nariz.

Facundo miró el techo, acostado boca arriba, tratando de no contar los

latidos de su corazón. Cerró los ojos, pero tuvo que abrirlos y sentarse, por

esa desesperante sensación que siempre lo atormentaba cuando no podía

dormir. Una vez se la había explicado a Narval, que la había bautizado «FF

de una película». A Facundo le causó gracia la denominación por lo

exacta; así era, imágenes rapidísimas acosándolo cuando cerraba los ojos,

que pasaban con ruidos chirriantes dentro de su cabeza. Sentado sobre el

colchón, Facundo empezó a contar mentalmente, a cantarse canciones, a

recitar el abecedario eligiendo un país para cada letra y así, pero era inútil.

De pronto, oyó la voz de Juani:

—¿No podés dormir?

—No.

—Yo tampoco.

—¿Querés que vayamos a fumar un pucho?

—Sí.

Juani eligió tirarse en uno de los sillones de la zona de reservados del

boliche. El olor a encierro y cigarrillo era horrible, insoportable.

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