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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Error. La última vez me olvidé de cobrarte. Mejor dicho, me hice el

boludo porque me regalaste un precioso libro que, entre paréntesis, no

tuve tiempo de leer, ahora que lo pienso. Y yo no hago nada gratis,

¿clarito? Además, Luis, no te hagas el macho. ¿Qué es eso de bajá y no

soy tu bancol? Ya hace bastante que dejaste de ser macho, Luis.

Precisamente en el momento en que se te paró la pija cuando me tuviste

cerca por primera vez.

Armendáriz lo miró: quiso decir algo, pero no sabía qué. El sudor le

goteaba de la frente. Quería pegarle, pero no podía. Se cubrió la cara con

las manos y sollozó.

—Dios mío —dijo Facundo—. Es increíble. Chau, Luis, me voy. Ya me

arreglaré, no me des nada.

Armendáriz lo detuvo tomándole la mano.

—No, no te vayas —se secó los ojos y sacó la billetera. Antes de darle el

dinero, apretó un poco la mano de Facundo y le dijo, trémulo—: ¿No

tenías ganas de verme?

—Qué sé yo. Por ahí sí... Si no, no hubiera venido. No llores. No vale la

pena, no es para tanto.

—Sí es.

—No. Nada es para tanto —dijo Facundo, y se guardó la plata en el

bolsillo. Bostezó y dijo en voz baja—: Tendría que comprarme anteojos

oscuros, los perdí.

Armendáriz volvió a encender el motor y Facundo dijo:

—Ya que estás, podrías llevarme a casa. No es tan lejos. La próxima vez

te descuento la nafta, si querés.

—Callate, por el amor de Dios —dijo Armendáriz, y tuvo que hacer un

esfuerzo para controlar el volante con sus manos temblorosas.

Narval volvió a despertar junto a Ella y se preguntó si alguna vez

dormiría; siempre estaba dando vueltas alrededor de él, sin dejarlo en paz

ni por un momento. Sólo se alejaba cuando gesticulaba con el-Hombre-delas-arañas,

que a veces también venía, sólo a veces.

Narval había intentado escapar: su departamento ya no tenía salida. Por

lo menos, no cuando él quería salir. Una vez, agotado, había tironeado del

picaporte con las dos manos, pero del otro lado de la puerta ya no existían

la escalera ni el patio: sólo un túnel negro del que salía un aire caliente y

fétido que pareció querer chuparlo; Narval cerró la puerta aterrado y se dio

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