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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Hola —dijo Facundo, y Armendáriz, boquiabierto, se quedó parado

donde estaba. La chica de uniforme apareció a su lado, tenía las mejillas

coloradas.

—¿Querés tomar algo? —preguntó, y Armendáriz, sin dejar de mirar a

Facundo, que sonreía, se apuró a decir que no, que llegaban tarde, que ya

se iban.

—Qué lástima —dijo la chica, y le sonrió un poco a Facundo, que le

contestó con un encantador «adiós».

Armendáriz salió bruscamente, dando un portazo, y Facundo lo siguió,

sin dejar de sonreír.

—Subite al auto —dijo Armendáriz, y cerró la puerta del coche dando

un golpe seco. Arrancó y detuvo el auto a las dos cuadras. Había manejado

sin mirar, doblando en contramano, como enloquecido.

—¿Cómo vas a aparecer así en casa? ¿Estás loco? —gritó Armendáriz, y

el esfuerzo hizo que su nariz se enrojeciera, destacando miles de venitas

rojas—. ¿Qué querés? ¿Qué buscás? Mi hija hizo un escándalo en la

cocina preguntándome por qué no le había dicho antes que tenía un

empleado como vos. ¡Mi hija, queriendo que te presente!

Facundo se encogió de hombros.

—Recordá que te acostás conmigo y no me trates de corruptor de

menores porque me da muchísima risa.

Armendáriz no lo escuchó, golpeó el volante con los puños cerrados.

—¿Cómo supiste mi dirección? ¿Cómo te atrevés a venir a mi casa?

¿Qué querés? ¿Que te conozca mi familia?

—Pará un poquito, Luis, se está hinchando horriblemente una vena

espantosa que tenés en la frente; nunca te la había visto antes. No te

sulfures que ya estás mayor, a ver si todavía te agarra un infarto.

Escúchame una cosita y no me grites: yo sé mentir, miento bien. Además,

estás paranoico; no veo por qué un padre de familia como vos se acostaría

conmigo. Nunca se lo imaginarían y yo jamás les diría nada a la pendeja ni

a tu mujer, para qué. No voy a chantajearte, Luis, viste demasiadas

películas.

—Pero, ¿qué carajo querés? —gritó Armendáriz.

—Plata, por supuesto. Hace más de una semana que no aparecés, quería

averiguar si pagaste el alquiler y todo lo demás.

—Pagué el alquiler. Y no te debo un mango. Si no nos vemos, no te

pago. No soy tu banco. Ahora, andate, bajá del auto.

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