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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Calíate, Carolina.

Ella siguió, aunque Facundo se tapó los oídos con las manos, diciendo

que no con la cabeza.

—Por favor, Facundo, no vuelvo a pedirte algo nunca más, pero dejame

quedarme con vos. Todo va a salir bien...

Él se destapó los oídos y se dejó caer sobre la cama, con una mano sobre

los ojos.

—No, Carolina. Sabés que es inútil, por favor, no digas más nada y

olvídate de lo que pasó anoche. Hacé de cuenta que nunca existió.

Carolina se tapó la cara con la sábana.

—No sé si voy a poder —dijo.

Facundo respiró hondo antes de contestar.

—Inténtalo.

Carolina hundió la cabeza esperando que Facundo dijera algo más, pero

él se quedó callado, sin moverse, sin sacarse la mano de los ojos. Al rato,

sin embargo, sus dedos buscaron los de ella debajo de las sábanas. Ella

reaccionó y se le acercó para abrazarlo, pero retrocedió cuando descubrió

que el cuerpo de Facundo estaba cubierto de un sudor helado y que sus

labios, siempre tan rojos, habían tomado un color grisáceo, como los de un

muerto.

—¿Te sentís bien?

—No. Estoy mareado y siento como si me hubieran puesto una tonelada

de hierro sobre el pecho, que no me deja respirar. Ya se me va a pasar,

pero no te voy a decir que no te asustes. Asústate todo lo que quieras.

—¿Qué querés que haga?

—Nada.

—¿Seguro?

—Quedate un rato calladita.

Carolina obedeció. Se quedó sentada junto a él, desnuda en la habitación

llena de humo, observándolo. Tuvo la certeza de que no podía hacer nada

más que eso. Sumergida en el vaivén que iba de Narval a Facundo, tenía

que enterrar en algún lado el imán que la había llevado la noche anterior

hasta sus brazos y no buscarlo nunca más. Despacio, recogió su ropa

desparramada sobre el piso y se vistió; con un nudo en el estómago, le

besó los labios inertes y, mientras encendía un cigarrillo más, se dijo que

no le permitiría verla desnuda otra vez, nunca.

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