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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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19

Carolina huyó de Narval, de sus manos agarrotadas y sus ojos

desorbitados; corrió sola por las veredas rotas doblándose los tobillos,

pero no sentía dolor, ni siquiera se daba cuenta si alguien la miraba en su

loca carrera. El nombre de Facundo le rebotaba en el cerebro, subiendo

como una orden de entre sus piernas humedecidas.

No pensó en la posibilidad de que Facundo no estuviera en su

departamento; sentía que de alguna manera él la estaba esperando y tocó

tenazmente el portero eléctrico y gritó que era ella cuando escuchó la

cadenciosa voz de Facundo. Subió corriendo las escaleras. El rozar de sus

piernas acaloradas le arrancó un débil grito de placer y esfuerzo. No

golpeó a la puerta: entró y se quedó parada en medio de la habitación.

Facundo, tirado en el piso, rodeado de humo de cigarrillo, le dijo:

—¿Se te pasó?

Ella sólo pudo murmurar su nombre, trémula, respirando

entrecortadamente. Él se levantó y Carolina vio que tenía los ojos

enrojecidos, irritados.

—Facun —repitió ella, y no se movió, los labios temblando, el

maquillaje corrido y el pecho bajando y subiendo, desbordado.

Facundo se le acercó, le rozó los labios con la boca y le rodeó la cintura;

ella gimió, casi sollozó cuando sintió el cuerpo de Facundo contra el suyo,

cuando sintió sus manos deslizándose por debajo de su musculosa,

tocando la aterciopelada firmeza de sus tetas.

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