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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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turbante y en su mano derecha se consumía un cigarrillo junto a una

goteante botella de cerveza helada. Los vaqueros negros se abrían debajo

de su cintura.

—Vamos, Val —dijo—. Ya preparé todo —y señaló con la mano que le

quedaba libre las dos rayas de merca que había preparado sobre la mesita

de vidrio. En el piso quedaban restos de revistas con las hojas arrancadas;

Narval las miró y comprendió.

—¿Estuviste haciendo los baguyos?

—Así es. Llevemos siete u ocho. Puse como para cuatro o cinco porros

en cada uno, estuve generoso. También armé un par de papelas, para

vender o para nosotros. Me aburría: dormís como un cerdo.

Narval se levantó y buscó sus vaqueros. Los olisqueó cuidadosamente;

no eran ninguna maravilla, pero no tenía ganas de bañarse. Se vistió.

—Dame un poco de cerveza.

Facundo le pasó la botella y tomó una de las rayas de merca. Después

liberó su larguísimo pelo negroazulado y tiró la toalla al piso. Mientras

Narval tomaba su merca y terminaba de vestirse, Facundo se peinó

haciendo muecas de dolor con cada tirón.

—Vamos primero para Malicia —dijo Facundo—. Va a ser mejor hacer

las historias dentro del boliche que en la plaza.

Salieron. Narval empezó a caminar, por la fuerza de la costumbre, pero

se detuvo cuando Facundo paró un taxi. Mientras subían, Facundo dijo en

voz baja:

—¿Cómo vamos a ir caminando tan cargados de droga, Val? ¿Sos tonto

o qué?

Narval no contestó; el tiro de merca le había endurecido las mandíbulas.

Pero besó apasionadamente a Facundo en la boca, mientras él, divertido,

observaba de reojo cómo los espiaba el taxista por el espejo. A Facundo le

encantaba que Narval lo besara en público, sin importarle nada; podía

besarlo delante de un batallón, no tenía inhibiciones.

El taxista dijo que no con la cabeza y murmuró algo acerca de adonde

vamos a ir a parar y los degenerados, que habría que matarlos a todos.

Narval metió una mano entre las piernas de Facundo, que empezó a reírse

a carcajadas mirándolo a los ojos; le acarició el pelo enredado y lo miró

pensando que desde la primera vez había sabido que las cosas serían así.

Bajaron en la esquina del bar y Facundo dejó que el taxista se quedara

con el cambio. Malicia estaba lleno y Narval miró a Facundo, que asintió

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