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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—No.

—¿Por qué no?

—Porque tengo mi vida y mis historias y vos molestarías.

—Sos de lo peor —dijo Narval.

—No, no soy de lo peor. Las cosas son así, te las bancás o no, Val.

—Está bien, está bien. Claro que me lo banco. Te conocí así: hacé lo que

quieras.

Facundo sonrió y sus ojos brillaron un poco cuando Narval se le acercó

y con delicadeza le sacó la remera.

—Sos tan hernioso... —dijo Narval, emocionado y con un leve temblor

en la voz—. Tan hermoso que es imposible enojarse con vos o pedirte algo

que no quieras hacer. ¿Nunca te dije que soñaba con encontrar a alguien

tan lindo como vos?

—No, nunca me lo dijiste.

—Y, cuando te vi, no pude creer que existieras de verdad. No soy muy

bueno para eso, para distinguir entre lo que existe y lo que no. Todavía

dudo de que seas real.

Facundo hundió sus manos en el pelo de Narval y suavemente le pasó la

lengua por el cuello, hasta que a Narval se le erizó la piel.

—No digas pavadas —murmuró, y desprendió los pantalones de Narval,

que aprobó con un gruñido de satisfacción—. ¿Acaso alguien que no existe

puede hacer que sientas esto?

Narval se puso serio instantáneamente y apretó los dientes.

—No digas eso. Te lo digo en serio.

Facundo rio secamente mientras le bajaba los pantalones y observaba

cómo se aceleraba la respiración de su amigo.

—¿De qué te reís, Facundo?

—De nada.

—No te rías más —dijo Narval, y sintió cómo un enorme escalofrío le

sacudía el cuerpo.

Facundo no le contestó. De un tirón terminó de sacarle los pantalones y

con la punta de la lengua abrió los labios apretados de Narval y lo besó

profundamente, hasta quedarse sin aire. Después, se quedó mirándolo

serio y no volvió a tocarlo hasta que Narval lo desnudó en silencio, mudo

por el enloquecido palpitar de su corazón, que le cortaba el aliento.

Facundo despertó a Narval horas después, pateándolo suavemente con la

punta del pie. Acababa de bañarse; tenía una toalla blanca a modo de

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