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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Ella diera un portazo y se le sentara sobre la cara, obligándolo a lamerla, y

él lo hizo, delirando, y después se la sacó de encima porque necesitaba

coger con las cavernas negras de el-Hombre-con-huecos-en-vez-de-ojos y

eso fue lo que lo dejó casi ciego porque los orgasmos estallaron como

luces de bengala y, cuando ese inmenso placer terminó, empezó otro

porque el-Hombre-de-las-arañas gritó «¡Sacámelas!» y Narval le hizo

caso y saboreó cada mordisco dejando que un extraño fluido blanco le

embadurnara la barbilla.

Exhausto, se dejó caer al piso con los brazos extendidos y giró la cabeza.

Una puerta se abría en la otra punta de la habitación, mostrando un túnel

negro lleno de murmullos, pero Narval no estaba listo para conocer el

resto de ese mundo y sólo quería huir, pido gancho, el que me toca es un

chancho.

Cuando intentó levantarse, Ella se acercó con una jeringa y le hizo un pico

en el cuello que instantáneamente envenenó su cerebro. De dónde sacan

merca, pensó Narval, pero enseguida se dijo que no era merca, era sólo su

imaginación, quedate tranquilo, manso y tranquilo. La cabeza empezó a

latirle y Ella le susurró algo al oído. Narval vio cómo la casa abandonada

se transformaba en su departamento y gritó, pero Ella le acarició el pecho

con las uñas y Narval sonrió, dejándose llevar, como la sangre que brotaba

blanda y espesa de los surcos que Ella había arado en su pecho.

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