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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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Narval, sonriendo divertido, agarró las botellas y sintió cómo se iba

evaporando con el calor el agua de lluvia que había mojado su ropa.

—¿No vas a presentarme a la belleza rubia y barbada que te acompaña,

Facundo de mi vida, crueldad ambulante? —dijo la Diabla, pero Facundo

no le hizo caso: empujó a Narval para que subiera las escaleras y lo

acompañara al piso de arriba. Narval obedeció como hipnotizado y, una

vez arriba, apoyó las cervezas sobre una mesa; después besó a Facundo y

se abrazó a él con ansiedad, balbuceando una disculpa.

—No —dijo Facundo—. Callate. No tengo nada que perdonarte. Toda

esa gente me halaga todo el tiempo. La mayoría son buenos tipos, pero no

me importaría nada que alguno se muriera mañana, ¿entendés? No estoy

cerca de ninguno de ellos. No como estoy cerca de vos. Ni como vos estás

cerca de mí. No tengas dudas, Val.

Narval se desprendió de los brazos de Facundo para sentarse en una silla

a mirarlo, con los ojos húmedos.

—Te quiero —dijo.

Facundo respiró hondo y, en voz baja, casi para sí mismo, preguntó:

—¿Estás seguro?

Narval asintió; cerró los ojos un instante y después le dio un empujón a

la mesa; las cervezas rodaron y se estrellaron contra el piso dejando un

charco dorado lleno de vidrios. Con firmeza llevó a la rastra a Facundo

hasta un rincón oscuro donde se amontonaban mesas y sillas rotas. Le bajó

los pantalones de un manotazo y lo dio vuelta de un empujón; un par de

sillas de la pila cayeron, pero el ruido quedó tapado por la música.

Narval clavó las uñas en el pecho de Facundo y, apretando los dientes, se

bajó apenas los pantalones, que se le pegoteaban a las caderas; su piel

volvió a empaparse, esta vez de sudor. Terminó enseguida y quedó

abrazado a la espalda de Facundo, que no se había resistido ni había dicho

una palabra. Al rato, Facundo se subió los pantalones y se sentó en el piso,

con el pelo oscuro en desorden tapándole los ojos grises. Narval se sentó a

su lado, con los pantalones aún bajos.

—Vení, Val —dijo Facundo, con la cabeza echada hacia atrás. Tenía la

boca entreabierta y respiraba con dificultad; Narval se quedó mirándole la

boca, los labios tan rojos que parecían ensangrentados. Después, se dejó

envolver por los brazos de Facundo; no podía dejar de temblar.

—Tenés frío.

—Estoy todo mojado. Tengo frío, de a ratos tengo calor, todo así.

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