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asiento, mirando fijo por la ventanilla, hasta encontrar la esquina donde
probablemente estaría Facundo si nadie se lo había levantado todavía, cosa
que para Narval resultaba poco probable. Bajó del colectivo en marcha,
volvió a resbalarse y caer, esta vez dándose la rodilla contra el cordón.
Rengueando, se levantó el cuello de la campera y por un momento una
idea lo dejó paralizado: por qué no estaba yendo para la casa de Facundo
en vez de buscarlo en la esquina; con semejante lluvia, era más probable
que estuviera adentro que en la calle. Corrió un poco y, aliviado, vio a
Facundo parado bajo el toldo de un negocio, con otros dos chicos,
fumando, vestido de negro.
Facundo había visto venir a Narval; cuando lo tuvo cerca, tiró el
cigarrillo y le dijo:
—Un palo todo completo, setenta el polvo, cincuenta la mamada y lo
mismo si me la querés chupar. No hago...
—Basta, Facundo —dijo Narval, agitado por la carrera y rascándose
desesperadamente la cabeza—. Basta.
—¿Qué querés, entonces? ¿Levantar algo? ¿No tenés plata? No creo que
tengas suerte con esa barba y esa pinta de reviente.
Juani se acercó, sonriendo, con sus enormes ojos azules.
—¿Uno nuevo, Facun? —preguntó.
Facundo rio.
—Por ahora no; es un amigo, nomás.
—Qué aburrido —dijo Juani—. Siempre somos los mismos.
Facundo agarró del brazo a Narval, que se estaba empapado, y lo puso
debajo del toldo. En ese momento paró un auto. Narval quiso de tener a su
amigo, pero Facundo se desprendió violentamente de su brazo, sin
mirarlo. Habló unos minutos con el tipo que manejaba y se volvió hacia
Juani.
—Dice que soy caro el guacho. Andá vos, quiere un completo y paga
hasta ochenta. Está un poco caliente porque no quise rebajar, pero, bueno,
no necesito tanto la plata. Puedo esperar.
—Gracias —dijo Juani— Odio que siempre te elijan primero a vos.
El auto se perdió con Juani bajo la lluvia. Joaco, el chico de rasgos
aindiados, bostezó en silencio.
—Narval, si no querés que nadie te levante, andate de acá —dijo
Facundo.
—Con vos —dijo Narval—. Para eso vine.