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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—¿No pensaste nunca en hacer otra cosa, con tantos problemas?

¿Laburar, por ejemplo?

—Esto es lo que mejor sé hacer y, además, no deja de ser un buen

laburo.

Armendáriz sintió una punzada de dolor, como siempre que Facundo le

recordaba que estaban juntos sólo por dinero.

—A qué edad empezaste a hacer la calle.

—Dieciséis, diecisiete. Pero era un espanto. No podés andar solo; por lo

menos, al principio. Ahora conozco a casi todos mis clientes, pero, cuando

empezás, alguien tiene que cuidarte. Dejame que te explique bien. Una

vez, cuando todavía vivía en casa, me fui con un tipo que me cagó a

trompadas y no me pagó. No quise volver con él nunca más, pero una

noche me esperó en la esquina de un bar y me molió a palos. De la nada

apareció Lautaro, con una navaja, lo cortó un poco al tipo y me llevó con

él a lo de la Diabla. Ya me había fichado y estaba esperando el momento

de ofrecerme trabajar para él y la Diabla. Ellos me daban casa, comida y

protección y yo entregaba parte, una gran parte, de lo que ganaba. Me

acuerdo de que la noche del rescate Lautaro caminaba alrededor de mi

cama, mirándome. Yo sabía que él me había salvado, pero no le dije

«gracias» ni nada. Me parece que él tampoco esperaba algo así. Al final,

se sentó a mi lado y me dijo: «Sos un pendejo barderito que no tiene la

más puta idea de lo que es la calle». Por supuesto, me dio por las bolas

que dijera eso porque yo estaba convencido de que la tenía re—clara. Abrí

la boca para putearlo, pero no me salió nada, salvo un quejido, porque me

dolía mucho la jeta. A Lautaro le dio tanta risa que yo casi me sentí

avergonzado. Me dijo que, si quería, podía quedarme a vivir ahí, que me

metiera el orgullo en el culo porque, si me ayudaba, era de onda. Que me

dejara de hacer el guapo porque no estaba peleando conmigo. Me lo decía

tranquilamente, como algo natural.

Quería evitar que yo me pusiera en guardia. Nunca quiso quebrarme;

pero tampoco dejaba que yo lo manipulase. Nunca.

Facundo volvió a encender el porro, que se había apagado; de pronto

pensó que no estaba hablando para Armendáriz, sino pensando en voz alta.

Levantó las cejas y sonrió apenas, sin mostrar los dientes.

—No creas que yo siempre le hacía caso. Una vez me quiso levantar un

tipo en un auto importado impresionante. Yo ya me subía cuando Lautaro

me agarró del brazo y me dijo que no, que sabía de qué iba el tipo. Yo lo

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