Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva- Stephen R.Covey
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>Los</strong> 7 <strong>hábitos</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>gente</strong> <strong>altamente</strong> <strong>efectiva</strong><br />
<strong>Stephen</strong> R. <strong>Covey</strong><br />
frustración.<br />
En una esca<strong>la</strong> <strong>de</strong> diez puntos, si yo estoy en el nivel dos en algún campo y <strong>de</strong>seo pasar al nivel cinco,<br />
primero tengo que alcanzar el nivel tres. «Un viaje <strong>de</strong> mil kilómetros empieza con el primer paso», y sólo pue<strong>de</strong><br />
darse un paso cada vez.<br />
Para que uno pueda apren<strong>de</strong>r o crecer tiene que permitir que el maestro —haciendo preguntas, sacando a<br />
<strong>la</strong> luz nuestra ignorancia— se haga una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l nivel en que estamos. No se pue<strong>de</strong> fingir durante mucho<br />
tiempo; finalmente nos <strong>de</strong>scubrirán. La admisión <strong>de</strong> <strong>la</strong> ignorancia es a menudo el primer paso en nuestra<br />
educación. Thoreau se preguntaba: «¿Cómo podremos recordar nuestra ignorancia —según exige nuestro<br />
crecimiento—, si continuamente usamos nuestros conocimientos?».<br />
Recuerdo una oportunidad en <strong>la</strong> que dos mujeres jóvenes, hijas <strong>de</strong> un amigo mío, vinieron a verme llorosas<br />
y quejándose <strong>de</strong> <strong>la</strong> ru<strong>de</strong>za y falta <strong>de</strong> comprensión que encontraban en su padre. Temían sincerarse con los<br />
padres por miedo a <strong>la</strong>s consecuencias. Y sin embargo necesitaban <strong>de</strong>sesperadamente <strong>de</strong> su amor, su<br />
comprensión y su guía.<br />
Hablé con el padre y pu<strong>de</strong> ver que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista intelectual tenía conciencia <strong>de</strong> lo que pasaba.<br />
Pero si bien reconocía su mal carácter, se negaba a asumir <strong>la</strong> responsabilidad por ese problema y a aceptar<br />
honestamente el hecho <strong>de</strong> que su nivel <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollo emocional era bajo. Dar el primer paso hacia el cambio<br />
era más <strong>de</strong> lo que su orgullo podía soportar.<br />
Para re<strong>la</strong>cionarnos <strong>efectiva</strong>mente con un cónyuge, con nuestros hijos, amigos o compañeros <strong>de</strong> trabajo,<br />
<strong>de</strong>bemos apren<strong>de</strong>r a escuchar. Y esto requiere fuerza emocional. El escuchar requiere tener cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
carácter <strong>altamente</strong> <strong>de</strong>sarrol<strong>la</strong>das tales como paciencia, estar abiertos y <strong>de</strong>sear compren<strong>de</strong>r. Es mucho más fácil<br />
actuar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un nivel emocional bajo y dar consejos <strong>de</strong> alto nivel.<br />
Nuestro nivel <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollo es perfectamente obvio en los casos <strong>de</strong>l tenis o <strong>de</strong>l piano, en los que es<br />
imposible fingir. Pero no resulta tan obvio en <strong>la</strong>s áreas <strong>de</strong>l carácter y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sarrollo emocional. Con un amigo o<br />
compañero po<strong>de</strong>mos a<strong>la</strong>r<strong>de</strong>ar o adoptar ciertas poses. Po<strong>de</strong>mos fingir. Y durante algún tiempo tal vez<br />
tengamos éxito, por lo menos en público. Incluso podríamos engañarnos a nosotros mismos. Pero creo que <strong>la</strong><br />
mayoría <strong>de</strong> nosotros conocemos <strong>la</strong> verdad acerca <strong>de</strong> lo que somos realment e por <strong>de</strong>ntro, y creo que también <strong>la</strong><br />
conocen muchos <strong>de</strong> quienes viven y trabajan con nosotros.<br />
En el mundo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s empresas he tenido frecuentes oportunida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ver <strong>la</strong>s consecuencias <strong>de</strong> intentar<br />
abreviar este proceso natural <strong>de</strong> crecimiento, cuando los ejecut ivos preten<strong>de</strong>n «comprar» una nueva cultura<br />
productiva, calidad, moral y servicios al cliente, con discur sos enérgicos, continuas sonrisas e intervenciones<br />
externas, o por medio <strong>de</strong> fusiones, adquisiciones o tomas <strong>de</strong> posesión, pero ignoran el clima <strong>de</strong> baja confianza<br />
producido por tales manipu<strong>la</strong>ciones. Cuando estos métodos no les dan resultado, buscan otras técnicas <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
ética <strong>de</strong> <strong>la</strong> personalidad, ignorando y vio<strong>la</strong>ndo constantemente los principios y procesos naturales en los que se<br />
basa una cultura <strong>de</strong> alta confianza.<br />
Recuerdo que yo mismo, como padre, violé este principio hace muchos años. Un día volvía a casa para<br />
asistir a <strong>la</strong> fiesta <strong>de</strong> cum pleaños <strong>de</strong> mi hijita <strong>de</strong> tres años, y <strong>la</strong> encontré en un rincón <strong>de</strong> una habitación, aferrada<br />
<strong>de</strong> modo <strong>de</strong>safiante a todos sus regalos, dispues ta a no permitir que los otros chicos jugaran con ellos. Lo<br />
primero que advertí fue que varios padres estaban presenciando aquel <strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong> egoísmo. Me sentí<br />
doblemente turbado, porque en aquel<strong>la</strong> época yo estaba dando cursos universitarios <strong>de</strong> re<strong>la</strong>ciones humanas. Y<br />
yo conocía, o por lo menos intuía, <strong>la</strong>s expectativas <strong>de</strong> aquellos padres.<br />
La atmósfera <strong>de</strong> <strong>la</strong> habitación estaba realmente cargada; los chicos se apiñaban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mi hija<br />
tendiendo <strong>la</strong>s manos, pidiendo que se les <strong>de</strong>jara jugar con los regalos que acababan <strong>de</strong> hacer, y mi hija se<br />
negaba con toda firmeza. Me dije: «No hay duda <strong>de</strong> que ten go que enseñarle a mi hija a compartir. El valor <strong>de</strong><br />
compartir es una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cosas más básicas en <strong>la</strong>s que creo».<br />
De modo que para empezar efectué una simple petición. «Linda, por favor, ¿no compartirías con tus<br />
amigos los juguetes que te han re ga<strong>la</strong>do?»<br />
«No», respondió el<strong>la</strong> <strong>de</strong> modo tajante.<br />
Mi segundo método consistió en utilizar un pequeño razonamiento. «Linda, si apren<strong>de</strong>s a compartir tus<br />
juguetes con ellos en tu casa, en <strong>la</strong>s casas <strong>de</strong> ellos tus amigos compartirán sus juguetes contigo.»<br />
Una vez más, <strong>la</strong> respuesta inmediata fue «¡No!».<br />
Me sentí un poco más avergonzado, pues resultaba evi<strong>de</strong>nte que no podía ejercer ninguna influencia. El<br />
tercer método fue el soborno. Le dije suavemente: «Linda, si los compartes, tendrás una sorpresa especial. Te<br />
daré chicle».<br />
«¡No quiero chicle!», me espetó el<strong>la</strong>.<br />
23