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hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehovah» (Is 58.13–14 RVA). Esta prescripción se

basa en Gn 2.3, donde el Señor «santificó» o «dedicó» el sábado.

Dios dedicó a Israel para que fuera su pueblo. Son «santos» por su relación con el Dios «santo».

En cierto sentido, todo el pueblo es «santo» por ser miembros de la comunidad del pacto,

independientemente de su fe y obediencia: «Y se juntaron contra Moisés y contra Aarón y les dijeron:

¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está

Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?» (Nm 16.3). Dios se

propuso que esta nación «santa» fuera un sacerdocio real «santo» entre las naciones (Éx 19.6). Sobre la

base de una íntima relación, Dios esperaba que su pueblo cumpliera con sus elevadas expectativas para

ellos, demostrando que era una una nación «santa»: «Me seréis santos, porque yo, Jehovah, soy santo y os

he separado de los pueblos para que seáis mios» (Lv 20.26 RVA).

Los sacerdotes fueron escogidos para servir en el Lugar Santo del tabernáculo o templo. Por su

función de mediadores entre Dios e Israel y por su cercanía al templo, Dios los dedicó al oficio sacerdotal:

«Serán santos para su Dios y no profanarán el nombre de su Dios; porque ellos presentarán las ofrendas

quemadas, el pan de su Dios; por tanto, serán santos. El sacerdote no tomará mujer prostituta o privada de

su virginidad. Tampoco tomará mujer divorciada de su marido, porque él está consagrado a su Dios. Por

tanto, lo tendrás por santo, pues él ofrece el pan de tu Dios. Será santo para ti, porque santo soy yo,

Jehovah, que os santificó» (Lv 21.6–8 RVA). Aarón, el sumo sacerdote, era «el santo del Señor» (Sal

106.16 LBA).

El Antiguo Testamento clara y enfáticamente enseña que Dios es «santo» moralmente (Lv 11.44) y en

poder (1 S 6.20). Es el «santo de Israel» (Is 1.4), «Dios santo» (Is 5.16) y «el Santo» (Is 40.25). Su

nombre es «Santo»: «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es

Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el

espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados» (Is 57.15). La declaración

negativa: «No hay santo como Jehová, porque no hay ninguno aparte de ti; no hay roca como nuestro

Dios» (1 S 2.2 RVA), señala que Él es «santísimo» y que nadie es tan «santo» como Él. Algunas pocas

veces qadôsh se aplica a seres no humanos, alejados de este mundo y dotados de gran poder (Job 5.1;

Dn 8.13). Los ángeles del séquito celestial son «santos»: «Y el valle de los montes será rellenado, porque

el valle de los montes llegará hasta Azal. Y huiréis como huisteis a causa del terremoto que hubo en los

días de Uzías, rey de Judá. Así vendrá Jehová mi Dios, y todos sus santos con Él» (Zac 14.5 RVA). Los

serafines proclamaban el uno al otro la «santidad» de Dios: «Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo,

santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria» (Is 6.3).

En la Septuaginta el término hagios («santo») representa el vocablo hebreo qadôsh.

SATANÁS

satan ( 7854 , ), «adversario; Satanás». Este vocablo aparece 24 veces en el Antiguo Testamento.

La mayoría de ellas se refiere a la lucha cósmica en el mundo invisible entre Dios y las fuerzas de las

tinieblas.

En Sal 38.20, David clama que sirve de blanco de los ataques de sus «adversarios». Posiblemente

sufria por sus errores; y dentro de su voluntad permisiva, Dios usa a los enemigos de David para

disciplinar a su siervo. Otro salmo expresa la angustia de un hombre santo y su profunda fe en el Señor. El

autor ora por los «adversarios» de su alma: «Sean avergonzados y desfallezcan los adversarios de mi

alma. Sean cubiertos de vergüenza y de confusión los que buscan mi mal» (Sal 71.13 RVA). El texto habla

de la realidad de los poderes de las tinieblas que se oponen a una persona que quiere vivir para Dios.

שָטָן

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