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asesinato. El Decálogo expresa el principio general en una declaración sencilla, en la que se encuentra el

primer ejemplo del verbo: «No matarás [asesinarás]» (Éx 20.13). Otra disposición tiene que ver con la

pena: «Cualquiera que diere muerte a alguno, por dicho de testigos morirá el homicida» (Nm 35.30).

Pero, antes de aplicarse la sentencia, habrá un juicio.

El Antiguo Testamento reconoce la distinción entre asesinato premeditado y homicidio involuntario.

Con el fin de proteger los derechos del homicida, que mata sin premeditación, la ley establecía tres

ciudades de refugio (Nm 35; Dt 19; Jos 20–21), a ambos lados del Jordán, en las que un homicida podía

asilarse, «a donde pueda huir el homicida que accidentalmente hiera de muerte a alguno» (Nm 35.11).

Esta provisión permitía que un homicida tuviera acceso al sistema jurídico porque podría «matarlo» un

vengador de sangre si permanecía en su propia comunidad (Nm 35.21). El acusado debía juzgarse (Nm

35.12 RVA) y si se encontraba culpable de homicidio no premeditado, lo obligaban a permanecer en la

ciudad de refugio hasta que falleciera el sumo sacerdote (Nm 35.28). Este requisito de imponer el exilio

aun en casos de homicidio accidental enfatiza la severidad con que se trataban casos de «asesinato». El

culpable de homicidio se entregaba al vengador de la sangre que mantenía el derecho de ejecutar al

homicida si este abandonaba el territorio de la ciudad de refugio antes de la muerte del sumo sacerdote.

Por otro lado, si el homicida era claramente culpable de asesinato premeditado (véanse ejemplos en Nm

35.16–21), el vengador de la sangre podría ejecutar al asesino sin juicio previo. Es así como el Antiguo

Testamento subraya los principios de la inviolabilidad de la vida y de la retribución; únicamente en las

ciudades de refugio se suspendía el principio de retribución.

Los profetas usan ratsaj para describir los efectos de la injusticia e irreverencia a la Ley en Israel:

«Porque no hay en la tierra verdad, ni lealtad, ni conocimiento de Dios. El perjurar, el engañar, el asesinar,

el robar y el adulterar han irrumpido» (Os 4.1–2 RVA; cf. Is 1.21; Jer 7.9).

El salmista también expresa matafóricamente la privación de los derechos de las víctimas indefensas:

«A la viuda y al extranjero matan, y a los huérfanos quitan la vida» (Sal 94.6).

En la Septuaginta encontramos la siguiente traducción: foneuein («asesinar; matar; ejecutar»).

MEDIR

A. Verbo

madad ( 4058 , ), «medir, extender». Este verbo, que se encuentra tanto en hebreo antiguo como

moderno, hoy significa «catastrar». El término tiene cognados en acádico, fenicio y arábigo. Se encuentra

53 veces en el Antiguo Testamento hebreo. El significado básico del verbo aparece la primera vez que se

usa: «Lo midieron por gomer» (Éx 16.18). Además de «medir» volumen, madad tiene que ver con

distancia (Dt 21.2) y extensión (Nm 35.5).

Una acepción un tanto macabra se encuentra en 2 S 8.2, donde David, después de derrotar a los

moabitas, «los midió con cordel. Los hizo tenderse en el suelo y midió dos cordeles para que murieran y

un cordel entero para que vivieran».

La grandeza del Dios creador se expresa en la pregunta: «¿Quién midió las aguas en el hueco de su

mano … ?» (Is 40.12). Además, Dios «se levantó y midió la tierra» (Hab 3.6).

Madad puede expresar la idea de extender o estirar: «Luego se tendió tres veces sobre el niño» (1 R

17.21).

מָדַד

B. Nombre

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